La segunda muerte del padre

(Inicio del cuento incluído en la antología Cuentos desde el Otro Lado, editado por Concepción Perea para Ediciones Nevsky y que se puede adquirir en La Casa del Libro, Cyberdark y Amazon)

 

por Cristina Jurado

 

«Las lágrimas más amargas que se derramarán sobre nuestra tumba serán las de las palabras no dichas y las de las obras inacabadas.»

Harriet Beecher Stowe

 

La criatura apareció cuando murió su padre y ella se quedó huérfana por segunda vez. En realidad, él había muerto muchas veces antes, cada vez que desaparecía. No recordaba cuántas. Su memoria era un contable falible, llevaba las cuentas como quería, y tenía tendencia a redondear por lo alto cuando se trataba de ausencias.

9788494455568El día antes de su muerte, viajó miles de kilómetros para verlo sin saber cómo iba a hallarlo. Se encontró con él aquella mañana, cuando llegó a una casa que no era la suya, sino la de su padre. No lo reconoció. Se parecía, pero nada tenía que ver con él. Era la misma cara, el mismo cabello rizado, el mismo lunar en la mejilla, los mismos labios carnosos. Pero ahora el pómulo estaba hundido, el pelo casi desaparecido, la piel amarillenta, consumida por el cáncer y la quimioterapia.

Él se alegró de verla. Al menos, eso dijo, y luego se hundió en el sopor de la morfina. Ya no volvió a hablar voluntariamente. Contestaba en monosílabos si se le preguntaba, emitiéndolos en forma de susurro, pero sus palabras se fueron haciendo cada vez más difíciles de entender.

Su respiración era una tortura, tanto para él como para quien lo escuchaba. Le costaba un esfuerzo inhumano atrapar el aire y hacerlo llegar a sus pulmones. El ruido que hacía era insoportable. Ella nunca había oído estertores pre-morten hasta entonces: desconocía la existencia de aquellos gruñidos profundos que maltrataban la garganta porque la obligaban a producir sonidos más animales que humanos.

 

Escucharle respirar era casi como respirar con él. Habían traído una bombona de oxígeno para ayudarle a ventilar, pero cada esfuerzo era un combate que se ganaba segundos después, cuando llegaba la espiración, que era una burla dolorosa a la enfermedad más que un premio.

Le tocó, junto a la mujer de su padre que no era su madre, hacer de enfermera, suministrándole los fármacos que lo aliviaban. Esas eran las instrucciones de los médicos de cuidados paliativos, pero siempre que ella le preguntaba si le dolía algo, él negaba con una mueca. Estaba muy agitado, removiéndose en la cama, cambiando de postura a cada momento, como si quisiera evitar permanecer mucho rato en la misma posición por temor a que la inactividad atrajera a la muerte.

La noche lo aterrorizaba. Tenía problemas para conciliar el sueño desde que empeorara su estado de salud y, a pesar de los somníferos, no paraba de sentarse en la cama o de hablar. Solo dormía a ratos durante el día, cuando la luz inundaba la habitación, y luchaba contra el sueño cuando el sol se ocultaba porque temía no despertarse más. Entonces se estremecía de una manera incontrolable, los brazos trepidando a lo largo del cuerpo, la cabeza temblando, débiles lamentos escapándose de su boca, perseguido por pesadillas atroces, para despertar después con los ojos desorbitados, el terror asomando a las pupilas dilatadas y la respiración atascada.

Murió durante la noche, poco antes de las doce. La oscuridad que tanto temía lo engulló y su pecho dejó de levantarse. Tenía los ojos en blanco, apuntando al techo, pero ya no veían nada. Ella tomó su mano y no le encontró el pulso. Su hermano se despidió y le deseó que marchara tranquilo. Alguien le cerró los ojos y ella se quedó allí sentada, con la mano de su padre entre las suyas, buscando las pulsaciones que sabía no iba a encontrar.

Todo el mundo empezó a llorar. Ella también, pero sus lágrimas no eran de pena sino de rabia. Él era solo un visitante ocasional en su vida y se dio cuenta de que aquella muerte se había producido para ella muchos años atrás. Le parecía injusto, y si buscaba el pulso sin esperanza de hallarlo, era porque en el fondo quería encontrar algo.Se sentía muy niña de nuevo, ansiando el calor del padre, como aquella vez que, viendo una película de terror de noche, buscó su abrazo. Él se rió y le contó el secreto que haría que nunca más se asustase: todo era mentira, la sangre, las lágrimas, los muertos. Ella tenía siete u ocho años, y nunca más volvió a temer aquellos largometrajes. Pero aquello no era película, y él no era un actor de cine que acabara de rodar una escena. Aquella era una muerte, sin cámaras filmando, ni equipos detrás contemplando la escena, ni nadie diciendo “¡corten!” para que el silencio se rompiera. Y ella no era una actriz. Pero el que estaba allí tendido había sido su padre y solo se oían sollozos, quizás los suyos propios.

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Se quedó con la mano del padre, que ya no lo era, entre las suyas. No quería dejarlo solo porque, entonces, se lo llevarían. Vendrían unos señores muy educados y perfectamente trajeados con una caja de madera y lo meterían dentro, y ella saldría de la habitación para que lo vistieran, y tendría que oír cosas como “antes de que se enfríe”, y ver a esos extraños tocándolo. Se metió en el cuarto de baño cuando bajaron la caja al furgón, rumbo a la funeraria. Las paredes latían a su alrededor emitiendo ráfagas de abatimiento que la penetraban sin encontrar resistencia. A pesar de que nadie la acompañaba, no se sentía sola. Notaba una cualidad animal en la energía que la rodeaba, más propia de una cuadra que de un aseo, un olor a madera envejecida, bosta fresca y paja húmeda, un crujido de tablas de fondo que le resultaba amenazante, porque se imponía sin corresponderse con el espacio que ella ocupaba. Aquella sensación la acompañó mientras seguía al furgón en el coche de un familiar cercano.

La última vez que tocó a su padre en el tanatorio, la misma tarde del entierro, el cuerpo llevaba muchas horas acostado en el ataúd a baja temperatura. Tuvo que obligarse a rozar la frente con los labios en algo parecido a un beso. Notó el frío de su piel, que ahora era cartón piedra. Su padre había sido muy moreno, pero ahora su semblante tenía la apariencia dorada y mate de la cera silvestre. La muerte era amarilla, el color que manchaba el cadáver. Por un momento, la escena adquirió una pátina de realidad desteñida, como una fotografía sobreexpuesta a la luz. Aquel extraño barniz se comía los bordes del ataúd, amortiguaba los sollozos del resto de su familia y parecía aumentar el peso del aire en la habitación. Ella se dio cuenta de que no estaba preparada para despedirse porque aquel hombre era un extraño. ¿Cómo demonios se despide a un desconocido?

El tanatorio se asemejaba a la sala de espera de un aeropuerto del que no salía ningún vuelo. La parte que visitaba el público estaba decorada con la intención de parecer una acogedora sala de estar, pero los buenos propósitos se habían quedado en el intento. No había nada acogedor en la tristeza de los concurrentes, real o fingida, por muchos centros de mesa que se colocaran en los rincones. La parte trasera albergaba la cámara frigorífica y el frío lo impregnaba todo. Hasta la oficina donde los reunieron para explicar a la familia las cosas que no podían procesar porque todo daba ya lo mismo, nada importaba, ese no era ya su padre. Aún así, hubo que ponerse de acuerdo, unos cedían y otros concedían, y el quórum al que se llegaba era postizo porque nadie decía lo que realmente pensaba, sino lo que quedaba más elegante.

Hacía mucho frío. Era la temperatura de la conservación funeraria, la meteorología del más allá en el más acá. Donde ya no existía la persona, aunque los demás siguieran empeñados en llamarla así, solo había un conjunto de órganos apagados, en huelga permanente e indefinida, un espacio ocupado por materia que se transformaba de estado. El frío detenía el tiempo o, mejor dicho, lo ralentizaba, para que el cambio se demorase y durante unas horas los familiares vivieran en la ilusión óptica de que el que yacía estaba dormido. “Descase en paz”, les decían, pero no podía descansar lo que no está cansado porque ya no vive. Eran los demás, los de éste lado del frío, los que seguían tratando al que ya no estaba como si fuera uno de ellos, y le aplicaban las mismas leyes y formalidades, y hasta esperaban que a él le pareciera bien. Pero lo cierto es que nadie estaba preparado para aceptar el cambio. Aquél, ya no era su padre, y ella no lo podía llorar, las lágrimas no afloraban.

Entrevista al chileno Jorge Baradit: Organizando la locura

En Chile vive, trabaja y escribe un tipo llamado Jorge Baradit. En 2005 la casualidad hizo que su primera obra Ygdrasil llegara a las manos de Ediciones B Chile. Al año siguiente la precuela de aquella historia, titulada Trinidad, ganó el primer premio UPC a la mejor novela corta de ciencia ficción y pasó a ser editada en España en 2007. De esta forma germinó la trayectoria literaria del chileno que, desde entonces, ha publicado Synco (2008), la obra juvenil Kalfukura (2009), CHIL3: Relación del Reyno (2010), la novela gráfica La policía del Karma (2011), y Lluscuma (2012).

El escritor chileno Jorge Baradit

Este diseñador gráfico vinculado al mundo de la publicidad y la comunicación, antiguo integrante de una banda de punk rock, Baradit entiende el lenguaje como una enfermedad de transmisión oral que lo posee y lo convierte en una energía creativa en estado puro. De este modo erige mundos alternativos, como un arquitecto cosmopolita programado por una tradición oral antigua, incrustada en la médula del continente que lo vio nacer, y regurgitado al calor de los tiempos modernos, contradictorios y mareantes. Profundamente comprometido con la realidad social del país que lo parió, Baradit es un ser hiperactivo, una anomalía ocurrente, un demiurgo freelancer, un espíritu terabyte, un jongleur de la vida que nunca cesa de concebir y contar lo concebido, porque no hay nada más sublime que crear algo de la nada. Después de todo, y como dijo el argentino Isidoro Blastein, A lo mejor escribir no sea más que una de las formas de organizar la locura”.

Podéis disfrutar de esta entrevista en el lenguaje de Shakespeare en el magnífico blog Sense of Wonder de Elías Combarro, incansable compañero de fatigas.

“Soy un monstruo en resistencia”

Cristina Jurado: ¿Qué hizo que te engancharas a la ciencia ficción, la fantasía y el terror?

Jorge Baradit: No me interesa lo cotidiano. Hay otros mundos. Mis ojos miran más hacia adentro, ¿para qué intentar replicar lo que ya veo si hay otros mundos, explosiones de supernova y civilizaciones completas intentando salir a empujones por todos lados? Hay universos completos esperando allá afuera a ser descubiertos o sencillamente creados, no me interesa esta realidad descafeinada de borregos que la mente, ese gran fascista, intenta convencernos de habitar. Soy un monstruo en resistencia.

CJ: En tu blog dices: “Hace tiempo que andaba buscando que pescaran esa definición de lo que pretendo: la recuperación de nuestras raíces a la luz de la tecnología, la reinvención, no el parricidio. La tecnología como esa otra forma de magia que nos llega sin ningún esfuerzo desde otros mundos, que a veces se sienten tan lejanos como el mismo Júpiter. No podemos prescindir de Macondo porque estamos en Macondo, la diferencia es que ahora llegó el Wi Fi y la fibra óptica. Mucho psilocibe en el aire, mucha machi, mucho iPod. Un continente completo en estado alterado de consciencia.” ¿Qué es el realismo mágico 2.0?

JB: En Chile se hacen intentos constantes por sacarse de encima el estereotipo y la caricatura de «lo latinoamericano», el mexicano sucio sentado en el suelo de la estación de trenes, la inoperancia de los servicios y la inestabilidad política. Hubo incluso un movimiento literario a fines de los ’90, llamado McOndo que buscaba «dar vuelta la página» sobre el asunto y declararnos fuera del estereotipo, nos gusta vernos más urbanos, más cercanos a New York, menos indígenas, menos «izquierdosos», liberales pero evitando la imaginería popular latinoamericana. Todo es una soberana porquería porque ni somos gringos, ni Santiago es Manhattan, ni podemos esconder a nuestros indios bajo la alfombra. Entonces, quise decir que no es que hayamos superado nuestro mestizaje como una etapa de transición poco deseable, sino que nada se ha superado, todo sigue presente y no hemos salido de Macondo, quizá le hemos puesto fibra óptica y mejorado las carreteras, quizá tengamos cajeros automáticos funcionales y nuestros servicios estén a la altura de cualquier país desarrollado, pero la ayahuasca, las extensiones inexploradas, los pueblos originarios siguen acá, para mayor riqueza de nuestro territorio físico y mental.

CJ: Si como decía William Burroughs, el lenguaje es un virus. ¿Es todo escritor un propagador empedernido?

JB: Prefiero la definición del lenguaje como enfermedad de transmisión oral. Una enfermedad rara porque permite sanar. El lenguaje es un tipo de cirugía. La posibilidad de visualizar las intervenciones de las palabras en nuestro cuerpo mental es atroz. El daño mental que podemos producir con una frase mal ubicada, la inoculación diaria de gérmenes a través de lo que nos decimos, gritamos y susurramos. La completa irresponsabilidad con que manejamos la gramática, la radioactividad a la que nos sometemos cuando abrimos y leemos ciertos libros infecciosos. Un escritor es alguien que fabrica cócteles molotov de 300 páginas que la gente se traga, máquinas de tortura sináptica y órganos infestados de bacterias que manipulamos con irresponsabilidad. No vemos el daño, la fiebre, la hemorragia. Nos inyectamos venenos que nos deforman el alma, la mente, que nos hacen estallar felices el hígado, drogados y alucinados, vemos a dios. Me imagino cómo nos veremos realmente si tuviéramos los instrumentos apropiados. Yo, al menos, apuesto por tentáculos y cabeza muertas colgando de mi zona lumbar, por lo menos.

CJ: Eres publicitario y esa formación hace que seas muy cuidadoso a la hora de diseñar los mensajes creativos que desarrollas. ¿Crees que tu profesión influye en tu obra? ¿de qué manera?

JB: Muchísimo y en los dos aspectos en que manejo su obra: su producción y su difusión. Me manejo como la clásica dupla del diseño: el de los piercings y el de corbata, el creador y el administrador. Son compartimentos estancos que no se filtran. El creador explota y deja las paredes manchadas con sangre y luego entra el administrador y ve qué puede hacer con eso, no hay comercio entre ellos.

Por mi educación en diseño y arquitectura trato de visualizar y hacer visualizar el entorno y lo que ocurre quizá con más interés y detalle que si no la tuviera. Hay interés en el objeto, su textura, su brillo; goce en la consistencia del tipo de metal que atraviesa cierto tipo de órgano, la manera en que se sostiene la estructura ósea del pabellón donde ocurren los eventos. Y como soy escritor me agrada proyectar ese espesor de realidad hacia la gramática, haciendo continuar la materia hacia la poesía, donde se pierde y se hace ininteligible. Mi educación en comunicación también ha resultado imprescindible para sentir esa necesaria responsabilidad de hacer ver, sentir y oler “específicamente” lo que quiero comunicar al lector, ni más, ni menos, ni otra cosa, sino lo que quiero con todo detalle y justeza hacer sentir a quien lee.

Por otra parte, mi educación en las artes visuales me hace sentir con fuerza que la literatura es solo un aspecto de la narración, que existen muchas plataformas desde donde enriquecer el relato: videos, música, ilustraciones, comic, transmedia, redes, gaming. Y que finalmente la gran narración puede surgir de la interacción de todos estos elementos, donde el libro funcione como una parte de un universo que se complementa en base a múltiples estímulos, pero no a la manera en que se practica hoy en cine y gaming, donde hay un elemento central poderoso y satélites que agregan color nada más, me interesa la conformación no de un sistema solar sino de una molécula donde las partes sumadas generen «la obra», suspendida en la iNet y con patas en el mundo físico, en el softworld y en el hardworld.
Una última cuestión tiene que ver con la difusión. Como un obrero de las comunicaciones, me interesa conseguir que lo que hago llegue a la mayor cantidad de gente posible. Considero esa interacción con el lector como parte de la obra. Pero más allá de la simple publicidad, me interesa la creación de comunidades activas en torno a mundos creados, me interesa la inteligencia colaborativa. Mucho de la obra en torno a mis libros ha nacido de la colaboración con músicos, cineastas, ilustradores, ingenieros, programadores, videístas y personas sin oficio artístico que aporta solo por la inspiración que le produce el mundo creado. En la comunidad en torno a lo que hago me gusta que se hable de fantasía, pero también de política, me importa la participación ciudadana. La ciencia ficción es sin duda el género más político de todos, la necesaria creación de un modelo de sociedad para escenificar las historias hace necesario el ejercicio del músculo político del escritor con o sin su participación consciente, y es lugar común decir que la ciencia ficción ha sido el mejor reflejo de la sociedad a lo largo de su historia.
Los libros, son solo un aspecto de la obra toda.

La Policía del Karma

“Mi labor es recoger estos fragmentos radioactivos, estas singularidades y construir un golem con ellos”

CJ: ¿De qué manera afrontas el desarrollo de una historia? Cuéntanos tu proceso de concepción, desarrollo y parto de tus obras

JB: Durante el día la cabeza funciona y produce muchas imágenes basura, la mente genera millones de aproximaciones aleatorias que el consciente desecha o utiliza como palanca para otras ideas o herramientas más «útiles». Hay un nivel en el que la consciencia trabaja para establecer un puente con el mundo donde se eligen velozmente las formas que calzan con lo que estoy construyendo, como quién dispara millones de piezas de rompecabezas por agujeros y solo las que coinciden pasan, son aprobadas y utilizadas para construir la estructura que deviene idea. Pero por debajo de ese puente corre un río de materia prima intocada, de embriones deformes, de fetos no viables, trozos de máquinas, cables y fragmentos de ideas sin sentido. Trabajo con ese low level de la mente. Me gusta coleccionar esos pedazos de esquirlas, experimentos fallidos, prototipos feos.
Además, cuando vivimos, intentamos mantener en un punto ciego todo aquello que ocurre y que el censor interno prefiere ignorar para no volvernos locos, como saber que en pocos años más muchos de los que leen estas líneas estarán bajo tierra y su mente dispersa en la nada, que nuestro planeta viaja a 107.000 kmh junto al sistema solar, seguramente girando como el resumidero de una tina de baño hacia el agujero negro en el centro de nuestra galaxia, que vivimos aferrados a una de las esquirlas de una gran explosión que no termina de expandirse, que tenemos en nuestro interior colonias de virus y bacterias asesinas, toxinas y venenos que no nos destruyen porque un delicado equilibrio las mantiene a raya. En mi país, en el lapso de una semana hubo un terremoto, una ciudad se movió 8 centímetros, una mujer cortó a su marido y lo cocinó en una olla y un rayo mató a cuarenta vacas. Son peaks de realidad, como beats de latidos. Es nuestra responsabilidad trabajar en una cota de realidad baja e ignorar estos hechos o elevar nuestra cota de percepción y trabajar con estos fenómenos, encontrarles lugar, estructura y conexión para relatar otra forma de realidad, una hiperrealidad que no extirpe cada fenómeno extraño para sentirnos más seguros.
Mi labor es recoger estos fragmentos radioactivos, estas singularidades y construir un golem con ellos. Los escribo a mano, los corto, los armo en páginas armadas con cinta adhesiva, los tipeo en laptop y se imprimen como fragmentos en Times cuerpo 12, los recorto y los voy pegando en pliegos de papel en mi pared. Algo empieza a armarse en la oscuridad, hay que tener cojones para andar por esos bosques, a veces. Se vuelve doloroso, no sabes si vas a llegar a puerto, si hay algo realmente ahí, pero siempre aparece el arquetipo, Ariadna, el hilo dorado. Los contenidos maceran en mi cabeza, sueño con ellos, se van buscando y establecen vínculos, comienzan a dialogar y comienzo a cortar y volver a pegar, a ordenar, a volver a cortar. Hay costras de papel en mi pared, a veces sigo escribiendo fuera. Me voy a ver libros de Roberto Matta, el Bosco, Doré. Pasan los días. Organismos unicelulares empiezan a nadar en la pared, copulan, se unen, aparecen pluricelulares, de pronto un crustáceo y al rato tengo un reptil hecho de una lista más o menos ordenada de eventos. Vuelvo a tipear en el laptop en la forma de escaletas, en paralelo desarrollo una historia donde montar-cruzar este reptil. La escaleta debe estar clara, precisa y definida, la novela debe estar escrita antes de tipear la primera palabra. Después, puedo hacer caso omiso del orden y moverme como danzando entre las escaletas, pero el esqueleto está ahí, pero no sabemos si será la Scarleth Johansson o John Merrick, o el hijo de ambos. Eso viene después.

 

CJ: Ygdrasil, Trinidad y Lluscuma conforman un tríptico de una realidad alternativa de Chile, contada del final hacia el principio. ¿Cómo se te ocurrió la idea para esta tríada? ¿Por qué vas contando la historia hacia atrás? ¿Qué tiene este proyecto que ver con Ucroníachile?

JB: «Do I really look like a guy with a plan? You know what I am? I’m a dog chasing cars. I wouldn’t know what to do with one if I caught it! You know, I just… *do* things.»The Joker (Dark knight, 2008).

El crecimiento de lo que hago es rizomático. Hay días en que descubro qué es lo que va a hacer tal o cuál personaje y sospecho que otro trata de sabotear la historia, y lo digo en término efectivos, ocurre así. Las paredes son frágiles e irrumpe un sueño a veces, o el personaje de otra historia, un recuerdo. Tengo que buscarles un lugar como quien interpreta una tirada de tarot. Las cosas simplemente ocurren en la vida, solo cuando se mira hacia atrás se puede ejercer el oficio de historiador e inventar las conexiones, ver que hay un hilo de plata que convierte 20 sucesos aleatorios en una historia en virtud de la paranoia de intuir que están de algún modo entrelazados. El autor tiene que ser un un paranoico con fe, un lector de vísceras, un psíquico que conecta las símbolos del cielo con los de la tierra a medida que lo ametrallan. Descubrir trozos de un cadáver y creer, porque un escritor es un creyente, que hay una manera elegante de relacionar cada parte y levantar una estructura bella con los pedazos, no con los que quiero que haya, sino con los que están. Porque si manejas todas las variables el producto queda feo, predecible, común. El auto-sabotaje, la guerrilla, la carencia y el asalto de factores internos inmanejables es imprescindible. Un médium porque no controla lo que dice, solo lo articula de formas bellas, le da el espacio que las cosas quieren, pone su oficio al servicio de su veneno. Soy un adivino al que lanzan de un avión y lee los paisajes como una tirada de tarot antes de estrellarse contra el suelo.

UcroníaChile fue un sabotaje contra un país enfermo de realismo. La necesidad de romper la represa que contiene las pulsiones de nuestro inconsciente colectivo. Reivindicar la historia y nuestros mitos como algo que le pertenece a la gente, a los escritores, no al ministerio de educación. El ejercicio diario de reconstruir nuestra historia mítica para revitalizar los mitos. Los mitos son los sueños de un pueblo y necesitan un update o se anquilosan en las esquinas de los museos, hay que romperlos, torcerlos, agredirlos. Todo lo que hagamos estará bien porque somos los soñantes de esos sueños y lo que hagamos será lo que debíamos hacer, no podremos hacer ni más ni menos.

Esos materiales quieren comportarse como ellos quieren, ¿quién soy yo para forzarlos a actuar como yo quiera? Eso me viene de la arquitectura. Las artes visuales aún se expresan antes de saber dónde van, solo así abren caminos nuevos. El territorio se expresa a través de su arte. Y es en ese avanzar en la cuerda floja, equilibrándose con estructuras febles en las manos, ciego y sordo, atacado y atacando, que se entra en las espléndidas ciudades. Arrojarse al fondo de uno mismo, sin saber si hay piedras o agua, tan al fondo, que lo que sea que salga de ahí será único no por novedoso, sino por propio; todo lo otros es comodidad, artilugio, comercio y malabarismo.

CJ: En el tráiler promocional de Lluscuma dices que “Chile es una serpiente con pesadillas”. ¿Qué crees tú que sueña Chile?

JB: El primer escudo de Chile fue un volcán. Los chilenos somos así, callados, tranquilos, hasta que la presión se hace insostenibles y estallamos. Desgraciadamente no conocemos muchos estados intermedios. La cordillera de los Andes es la columna vertebral de una serpiente hecha de volcanes. Una serpiente de fuego acostada sobre la grieta planetaria más explosiva de todas. Vivimos al borde del terremoto y el tsunami, serpiente de fuego y agua. La serpiente nos sueña, no existimos todavía como país, nos está pensando.

 

CJ:¿Qué es SYNCO? ¿Por qué convertirla en una novela gráfica? ¿Qué aporta la parte gráfica a una historia?

JB: Soy de los que creen que el asunto es al revés: una palabra vale por mil imágenes. Cuando uno muestra la foto de un árbol todos vemos el mismo; cuando leemos árbol, todos vemos uno diferente. Pero es simplemente divertido intentar hacer parir eso que la literatura permite vivir en la vaguedad. Trabajar en novelas gráficas permite, además, el trabajo colaborativo que abre la mente, la interacción, el esfuerzo, el pie forzado. Es otro tipo de ejercicio, son otros músculos, y a mi no me interesa tener brazo de tenista.
Creo sinceramente que una novela gráfica limita el Universo de cualquier relato, lo concreta, lo define a través de los ojos de alguien específico, lo pre-digiere; es, en ese sentido, egoico, no comparte la decodificación con el lector, se la impone bastante más que en lenguaje escrito, esa herramienta tan pobre que debe hacer maravillas para hacer maravillas. Pero, por otro lado, la novela gráfica es un ejercicio de arte alucinante.

 

CJ: La Policía del Karma trata de un servicio que castiga en el presente por crímenes cometidos en el pasado. ¿Por qué de nuevo el formato de novela gráfica? ¿Cuál es para ti la diferencia entre cómic y novela gráfica?

JB: Siempre las etiquetas son flexibles, no son alambradas, más bien letreros vagos. Una novela gráfica tendería más a la búsqueda de un lenguaje propio (que eso es arte en mayor o menor medida para mí), un hito, una tesis, más que un sendero sin fin, como son regularmente los cómics. Un objeto auto-conclusivo, autónomo, una obra sin cálculo, un gesto que se abandona luego para ir en busca de otra cosa. «Abandonar la obra terminada, ese es el camino del cielo», dice el Tao Te King.

CJ: ¿Te consideras un escritor experimental?

JB: Me considero un artista que hace todo lo posible por estallar para buscar entre los pedazos algo que me ayude a resolver el enigma. Soy un terrorista, un ejército de liberación de algo que está atrapado en el sótano de mi sótano y que necesito conocer. No es la experimentación por la experimentación, es que para buscar el Grial, dice la tradición, los caballeros entraron al bosque de Logres por lugares no conocido, jamás por los senderos trazados.
Para qué hacer algo que ya está hecho, para qué repetir fórmulas, cómo no quemar todas las naves cada vez ¿Hay gloria en algo así?

 

CJ:¿Qué pe parecen las nuevas formas de publicación tales como el crowfunding, la auto-publicación y la co-publicación?

JB: Todas las formas de lucha son válidas, compañera. Del crowdfunding me interesa la inteligencia colaborativa, la posibilidad de convertirlo en un proceso social, un experimento de participación, hive mind, un acto poético realizado por la mente que se construye cuando hay muchas mentes conectadas, la manera como funcionan los cardúmenes de peces o las bandadas de pájaros. Esa cuestión meditativa detrás del gesto y que nos hace uno, como bailar, o cuando éramos bacantes y comíamos jóvenes en el bosque. Perderse y ser océanos de nuevo. Me encantaría que algún día nuestras mentes viajaran por un tipo de ciberespacio y se fundieran en dos, tres o cinco mil mentes líquidas, a veces perdiéndose en multitudes, volviendo a ser uno, o dos, u otro.

 

CJ: ¿Qué artistas (y no me refiero solo a escritores) te inspiran?

JB: Roberto Matta, Jorge Luis Borges, Gottfried Helnwein, C.G. Jung, Trent Reznor, Emanuelle Swedenborg, Coré, Gunther Brüs, David Cronenberg, Antonin Artaud, y mil de monstruos más que viven y se golpean dentro en mi cabeza. Son sombras, son yo mismo en disputa intentando copular uno con el otro, desgarrándose a dentelladas por un pedazo de luz, por una línea en alguna historia. Tienen hambre.

 

“América Latina es pura confusión, el boceto salvaje de un mundo nuevo del que aún no sabemos nada”

CJ: ¿Qué crees que puede aportar al género la ficción especulativa que se está haciendo actualmente en América del Sur y Centroamérica?

JB: América es un continente en formación. No creo que seamos capaces de aportar ciencia ficción como la entienden los europeos. Fue en ese continente donde se produjo la dicotomía religión e iluminismo, fue en Inglaterra y Francia donde la Revolución Industrial levantó la fe en la tecnología como promotora del bienestar humano, la idea del progreso sin fin y el futuro radiante de sociedades libres, sin enfermedades ni ataduras. En la literatura fantástica se puso de un lado a fantasmas y magos, y en otro a aliens y naves espaciales. Se intentó una literatura realista en tanto levantada sobre las bases de la ciencia dura. En América fue la propia Iglesia la que trajo la ciencia, no hubo enfrentamiento. En América existen guerrillas cristianas, las supersticiones son fuertes, la magia opera social y políticamente. Seguimos siendo cultos cargo, la tecnología no es algo que se produce acá, sino que llega en cajas a bordo de grandes pájaros de metal. Mi abuela me daba una pastilla producto de la última tecnología médica pero se persignaba y me encomendaba a la virgen como si me estuviera dando una hostia. América no desecha nada, todo se acumula, nada se destruye, es el patio trasero donde occidente echa su basura, sus productos descontinuados, sus medicamentos fuera de norma, sus experimentos ideológicos y todo se acumula. Acá siguen vivos nuestros pueblos originarios, sus religiones ancestrales, modos de vida de la edad de piedra conviviendo con el high tech más cutting edge, megabytes y ayahuasca, santería y sushi de serpiente. En el zócalo de ciudad de México está la catedral colonial, el templo azteca y el edificio de cristal juntos, las épocas chocan, todo fracasa: la búsqueda de El Dorado fracasa, Almagro y Pizarro fracasan, Fidel Castro fracasa, Salvador Allende fracasa, Las FARC fracasan. América ensaya utopías cada década, lanza su sueño descabellado hacia el futuro y es aplastado una y otra vez, como Alvar Núñez Cabeza de Vaca, como Lope de Aguirre, como Ponce de León, como el Che Guevara muerto en Bolivia.
América vive en la Edad de oro donde los dioses, los héroes y las maravillas viven entre los humanos y el tiempo está suspendido en un eterno presente, nada avanza, todo se acumula. En Europa hay que desenterrar las ciudades que se construyen una arriba de otra, hay que ir a ver a los indígenas a los museos, hay que revisar la tecnología obsoleta en los archivos. Acá una red de computadores Apple de última generación se conectan con routers chinos de mala calidad a una red 10 base T en cascada desde un firewall PC con sistema operativo pirata enlazado a un backup PC 286 lleno de tierra perdido en un closet lleno de cableados de varias generaciones de redes descontinuadas, con cables quemados, cajas de centrales telefónicas en desuso por años, el transformador del télex y el fax aún enchufados a la red eléctrica pero conectados a nada, alambres de teléfonos mimetizados debajo de la cuarta capa de pintura, y así estratos y estratos de tecnología que se parecen a la mente de América, alucinada, en peyote, contemplando a la madre tierra y sus dioses convertidos al cristianismo a través de los GPS.
América es una vorágine de disonancias espacio temporales en ebullición, América Latina es confusión ¿Qué podemos ofrecer? Pura confusión, el boceto salvaje de un mundo nuevo del que aún no sabemos nada. Torbellino de razas, religiones, sectas, ideologías y dudas. Puro caos, desdibujamiento de los límites, irrespeto por las formas, todo un continente joven, desordenado y lleno de libido buscando a dios en las líneas de código de programación.

 

CJ: Eres un comentarista implacable de la realidad social y política de tu país y del continente en el que vives. En tus obras se reflejan tus preocupaciones por los desequilibrios sociales, la corrupción gubernamental y el ansia de poder de las grandes corporaciones ¿De qué manera crees que puede la ciencia ficción y la fantasía abordar esos temas? ¿Defiendes el género especulativo como una forma de denuncia?

JB: No creo en las agendas artísticas. Creo que uno debe entrar tanto en lo que uno es que las implicancias personales y sociales se dan solas. El único criterio posible en el arte hoy es la honestidad, de las más torcidas formas. Cuando comento mi circunstancia es un acto de coherencia, nada más. Vengo de una familia de clase media baja, fui tirapiedras contra Pinochet, vivo y soy testigo de la opresión y la desigualdad en que nada Latinoamérica; me alimento del resentimiento que todos los días las elites que viven en reductos que parecen Suiza arrojan desde sus mesas repletas al resto del país que parece vivir en Ruanda. Nuestras sociedades son ollas a presión, lo que hago es usar el vapor que expulsan para mover máquinas mentales coherentes, nada más. No hay discusión ética-estética en el arte de verdad, creo yo, solo un resultado coherente (ni siquiera la palabra honesto viene lugar, la honestidad es producto de acuerdo, educación y voluntad; yo hablo de ser coherente como lo sería un tiburón con su naturales y su medio).

 

CJ: Háblanos de tus planes futuros, ¿qué será lo próximo que publicarás?

Jorge Baradit: No lo sé. Lo que saldrá este 2014 es un cuento mío en la antología Terranova de Penguin Random House, España. Es un honor haber sido elegido para participar en un proyecto tan prestigioso. Además de eso, estoy cerrando un ciclo físico y mental que me tiene hecho pedazos.

 

Y ahora, solo hay tiempo para un quiz rápido de preguntas y respuestas breves:

 

CJ: ¿Star Wars o Star Trek?

JB: Star Wars, Star Trek se toma demasiado en serio.

CJ: ¿Comida rápida o casera?

JB: Casera, en casa cuidamos lo que entra a nuestros organismos.

CJ: Si tuvieras que ser el personaje de una película ¿cuál elegirías?

JB: Bowman, el astronauta de 2011 que entra al wormhole.

CJ: ¿Puedes decirnos el título del peor libro que hayas leído?

JB: Se me viene a la memoria El Mío Cid, que, créanlo o no, es lectura escolar obligatoria en Chile. Es un crimen hacérselo leer a niños. Está completamente fuera de código, es una tortura.

CJ: ¿Cuál es el mejor libro que has leído?

JB: Ficciones, de Jorge Luis Borges. Lo leería mil veces mil.

CJ: ¿Qué tipo de música sueles escuchar?

JB: Entre las sonatas de Bach, NIN y el harsh electrónico, el ruido de las radio de onda corta.

CJ: Cine 3D ¿sí o no?

JB: El cine es una página en movimiento. Hasta que el 3D no desaparezca como espectáculo en sí mismo y encuentre su real expresión, preferiré el 2D, un arte maduro

CJ: Si tuvieras que elegir poseer un súper-poder ¿cuál elegirías?

JB: Cocinar rico, soy un desastre en la cocina.

Sic Transit de Reggie Oliver

No me gusta pasar miedo. Nunca disfruté con las películas de terror ni soy amante de las sensaciones fuertes –odio las montañas rusas o practicar deportes extremos-. Producir adrenalina de esa manera, no me interesa. Por eso, puede extrañar que me dedique hoy a reseñar una colección de relatos de fantasmas. Pero el autor es el británico Reggie Oliver. Eso lo explica todo. Conocí a Oliver a través de la antología de cuentos weird Sui Generis de la editorial Fata Libelli. Aquel título incluía la maravillosa “Ynys-y-Plag” de Quentin S. Crisp, una historia tan turbadora que aún me hace revolverme en la silla cada vez que pienso en ella. En aquel momento se me hizo imposible reseñar con justicia los tres cuentos incluidos –“THYXXOLQU” de Mark Samuels era el tercero-, de los cuales el primero era “Señora Medianoche” de Oliver. Debo reconocer que no llegó a conmoverme demasiado aquel relato, aunque es cierto que admiré la prosa del británico, elegante y precisa.

Sic Transit recoge nada menos que seis cuentos y un magnífico prólogo del autor, que habla del género de terror -más concretamente de las historias de fantasmas- con gran acierto psicológico. En realidad, ninguno de los cuentos son realmente de terror, si por ello se entienden historias que provoquen miedo en el lector. Se trata más bien de textos weird que generan un profundo desasosiego, una incomodidad a veces sutil y otras muy marcada, una zozobra engendrada a partir de acontecimientos aparentemente anodinos. Como apunta Oliver en su prólogo, se trata de historias que ofrecen la posibilidad de penetrar por unos minutos el mundo de lo metafísico, generalmente la muerte, algo que nos resulta tan atractivo como inquietante y perturbador.

No quiero espoilear los contenidos de la antología, porque me parece que lo mejor que puedo hacer es recomendar directamente su lectura, pero sí me gustaría apuntar a ciertos aspectos que me han parecido llamativos e interesantes. Todas las historias de Oliver están escritas desde la mirada de un personaje que no es, sin embargo, al que suceden los hechos inquietantes. Es decir, el cuento está contado siempre desde el punto de vista de un espectador de primera mano. Por ello solo se narran los eventos de los que dicho personaje es testigo o que le cuentan. Desde el marido de “Flores marinas” o “El señor Popó”, hasta el joven de buena familia y colegios caros de “No tienes nada que temer” o “Kill el sanguinario”, al soltero de “Mal de ojo”. La última historia “El tigre en la nieve” es la única que no está contada en primera persona, y la protagonista es la joven dueña de una galería de arte, curiosamente, la única narradora femenina de toda la colección. Me pregunto si esto es un denominador común en el estilo del británico.

El hecho de que el punto de vista adoptado sea el de un espectador y no el de la “víctima” permite que el lector conozca la historia desde la perspectiva de alguien que lo ha seguido de cerca pero que ha mantenido la suficiente distancia como para ofrecer un relato más “verosímil” que el que se podría esperar de uno de los protagonistas. Estos últimos suelen ser personas a los que, por decirlo de manera que no adelantemos demasiada información, les suceden cosas bastante negativas, -algunas de ellas, irreversibles. En la mayoría de los casos se trata de ciudadanos con vidas normales, incluso triviales, a los que comienzan a acontecerles extraños sucesos pero significativos, que les abocarán a situaciones extraordinariamente angustiosas. Este es el caso de Lord Purefoy en el primer cuento, de la señora Popó en el segundo, o de la artista Tina Lukas en el último. En el resto de los relatos, el desenlace de las víctimas de los acontecimientos es mucho más rotundo y definitivo, si se me permite el eufemismo.

Reggie Oliver

Es interesante la manera en la que Oliver introduce las perturbaciones en la vida cotidiana. Puede tratarse de un libro (como en “Flores Marinas”), una fotografía (como en “El tigre en la nieve”), o el encuentro con alguien (como en “Kill el sanguinario” o “El señor Popó”). A partir de ese momento, la existencia se altera y los protagonistas, más que los narradores, comienzan a experimentar sensaciones de intranquilidad, ansiedad y descorazonamiento. Es como si la alegría de vivir fuera extraída de sus vidas a partir de un totalmente hecho fortuito.

Esa misma sensación se extiende al narrador y, por el poder de la palabra, al lector que, a pesar de encontrarse incómodo, no puede dejar de leer. En ello radica la magia de las historias weird: conmocionar los sentidos, agitar la mente, turbar nuestra razón. Supongo, aunque de una manera totalmente intuitiva, que sospechamos la existencia de unos límites entre el mundo físico y metafísico y que cualquier oportunidad para vislumbrar retazos de este último, aunque sea a través de la ficción, responde a algún tipo de necesidad de nuestro diseño “homo sapiente”. Quizás tenga que ver con el ansia de perdurar, de elevarse por encima de la muerte de alguna manera, de que morir no implique –simplemente- acabar del todo. Hay quienes prefieren pensar en que hay vida después de la muerte y se aferran a algún tipo de creencia religiosa en la que se ofrece un después tranquilo y sosegado. El weird teñido de terror destapa los agujeros por los que se cuela lo transcendente que, a diferencia de las religiones institucionalizadas actualmente, no tiene nada de plácido o sereno. En ese sentido, conecta más con creencias ancestrales como la inevitabilidad del destino y la imposibilidad de escapar de él, que aparecían –por ejemplo- en la tragedias griegas.

La Señora Medianoche posando para nosotros

Personalmente, lo que más me llama la atención en los cuentos de Oliver es esa evidente incapacidad en todas las tramas para evitar un desastre que se intuye a veces, o se ve venir de forma clara, en otras. Existe un cierto magnetismo en la destrucción, pienso yo. El británico suele describir psicológicamente a los protagonistas con el sesgo propio del narrador que suele ser un familiar, un amigo o un conocido –acquaintance, que dicen los ingleses- y por lo tanto, de una credibilidad cuestionable por su subjetividad o, simplemente, por su falta de empatía o de información. Resumiendo: las víctimas están descritas con la parcialidad del narrador que, sin embargo, es capaz de relatar la historia con cierta distancia.

Las descripciones de Oliver son certeras y están elaboradas con las palabras justas para crear un punto de angustia en el lector: aunque los escenarios, típicamente ingleses, no sean familiares para el lector no-anglosajón, las situaciones son universales y las sensaciones que transmiten la exquisita precisión de las palabras del británico se ven potenciadas por una traducción muy cuidada de Silvia Schettin, quien muestra una enorme compenetración con el texto y un profundo conocimiento de la prosa “oliveriana” y sus técnicas para suscitar la inquietud en la audiencia. La narración suele presentar la misma estructura, una bastante clásica por cierto, en la que el narrador siempre comienza por contar el inicio de su relación con la víctima de la historia, para pasar a describir serie de interacciones significativas entre ambos, y culminar con algún hecho que provoca máxima angustia. Quizás Reggie Oliver no sea un innovador en este aspecto, pero sus historias funcionan bien con esta estructura y personalmente me parece acertada para abordar los temas que trata.

En definitiva, Sic Transit es una colección que se disfruta en un par de tardes y que ofrece historias deliciosamente amenazadoras. La edición digital sigue las pautas de calidad que Fata Libelli lleva ofreciendo a sus incondicionales desde el principio, ediciones en las que se cuida cada detalle, desde la maquetación, a los prólogos (sería estupendo verlos todos recogidos en un mismo título), pasando por las portadas, la selección musical sugerida con la antología y la traducción. Sic Transit es literatura traducida de calidad a precios muy asequibles y que forma parte de un proyecto al que deseo buena salud durante mucho tiempo.

 

 

 

 

 

Algernon, ¡cuéntame en español cuentos ingleses! (Primera parte)

Cuentos para Algernon no tiene segundas intenciones por ser una iniciativa online y gratuita. Habéis oído bien: es una web a la vista de todos; y es gratuita, no hay que pagar una cuota ni suscribirse para disfrutar de sus contenidos. Ofrece cuidadas traducciones al español de relatos de ciencia ficción, fantasía, weird, y terror de autores de reconocido prestigio.

No se trata solo de escritores que han recibido premios, que han sido alabados por la crítica y aplaudidos por los lectores, sino de creadores con calidad literaria, independientemente de que naveguen en las aguas procelosas del género. Aparte de maximimizar la disponibilidad de los relatos publicándolos en ePub, MOBI, Fb2, PFD o DOC, lo que caracteriza esta página es la elevada calidad de las traducciones que propone, realizadas por el administrador y fundador de la iniciativa, una misteriosa entidad que se hace llamar Marcheto y de la que se desconocesu verdadera identidad. Por sus respuestas, se intuye que puede haber una mujer detrás de ese nombre, pero esto es pura especulación por mi parte, pues bien podría tratarse de una inteligente maniobra de ocultación.

He tenido la oportunidad de mantener una conversación larga y muy interesante con esta entidad, en la que hemos hablado de la salud del género, de su labor en la web, y de sus deseos con respecto al futuro. Espero que disfrutéis de ella lo mismo que yo manteniéndola. (Como siempre, podéis disfrutar de esta entrevista en inglés en el blog amigo Sense of Wonder de Elías Combarro. Por cierto, Cuentos para Algernon es una web indispensable en la blogosfera. Punto.

 

CJ: Me gustaría que te presentaras. Todo el mundo te conoce como Marcheto y muchos no saben quién se esconde detrás de ese nombre. Es cierto que tu blog habla por sí solo y que se sabe que realizas traducciones al español, pero me interesa conocer tu biografía, desde tu formación a tu experiencia profesional.

Marcheto: Efectivamente, la mayoría de los lectores del blog no sabe cuál es mi otra identidad, pero eso es algo totalmente premeditado y mi intención es que siga siendo así en la medida de lo posible, porque para todo lo relacionado con Cuentos para Algernon soy Marcheto, y esa es mi verdadera identidad. La otra, la que se esconde detrás, es la falsa. Me temo que mi biografía no es demasiado apasionante. A título de curiosidad, mencionaré que nací hace ya bastantes años en una provincia que tiene fama de no existir. Tal vez se me pegó algo de esa inseguridad existencial y ahí radique la explicación de que no me baste con una única identidad, sino que necesite dos para quedarme tranquila. No lo sé. En cualquier caso, mi familia se trasladó poco después a una provincia vecina mucho más convencida de su propia existencia. Allí pasé bastantes años, y allí, cuando tenía claro que lo mío eran las ciencias y no las letras, estudié la carrera de matemáticas. Así que por formación supongo que soy matemática, aunque nunca he ejercido como tal. Desde un principio y hasta la actualidad, mi actividad profesional principal (es decir, la que me da de comer) se ha desarrollado en el campo de la informática.

Hace unos años, en un intento por mantener vivo mi inglés con algo que no fueran las típicas clases de toda la vida, me apunté a un curso de traducción. Fue ahí donde descubrí que aquello me gustaba y que no parecía dárseme mal del todo. Y cuando ya llevaba un par de años con mis cursos de traducción, me enteré de que La Factoría de las Ideas necesitaba traductores. Me animé, les escribí y poco después estaba traduciendo libros de rol para ellos. Y de ahí pasé a otro tipo de obras, al  principio también para La Factoría y más adelante para otras editoriales, eso sí, casi siempre pertenecientes al género fantástico. Y en todo momento compaginándolo con mi trabajo como informática y con algunos cursos más de traducción.

 

CJ: Es interesante lo que dices de mantener secreta tu otra identidad. Al principio de Twitter, yo jugaba con la ambigüedad de @dnazproject.com y escribía mis twitts en masculino… a veces lo sigo haciendo, pero me temo que ya todo el mundo me conoce y no sirve de nada. En mi caso se debía a la necesidad de que me tomaran en serio. Pensaba yo que si se creía que era un hombre, tendría menos dificultades ¿Se debe tu ocultamiento de personalidad a una maniobra parecida, o forma parte de una estrategia para dominar el mundo? Una respuesta breve a esta pregunta servirá 🙂 Has mencionado La Factoría de Ideas, editorial para la que trabajas. En los últimos meses se ha debatido en las redes sociales sobre la mediocre calidad de alguna de las obras de esta editorial. ¿Qué opinas al respecto? (Entiendo que no desees responder a esta cuestión, y respetaré tu decisión de no hacerlo, pero tenía que hacerte la pregunta)

M: Pues no se me había ocurrido hasta ahora, pero puede ser que efectivamente todo esto (el blog, el ocultamiento de personalidad, el estar respondiendo a estas preguntas…) forme parte de una maniobra de mi subconsciente encaminada a dominar el mundo. Y ahora que lo pienso, si llegara a dominar el mundo podría traducir y publicar todos los cuentos que me gustan, sin tener que andar cruzando los dedos cada vez que escribo a un autor solicitando su permiso, puesto que todos me tendrían que decir que sí, ¿verdad? Suena francamente interesante…

Aunque bueno, lo que sí que es cierto es que cuando comento a alguien que traduzco literatura de ciencia ficción y fantasía, la reacción más habitual es la sorpresa y una sonrisa un tanto irónica. Como que efectivamente no se lo tomaran muy en serio.

En cuanto a La Factoría, hace ya muchos años que dejé de colaborar con ellos, y mis sentimientos en este caso son totalmente ambivalentes. Por una parte, siento un enorme cariño hacia esta editorial y les estoy muy agradecida, puesto que estoy convencida de que si ellos no me hubieran dado mi primera oportunidad, ni yo hubiera conseguido llegar a traducir profesionalmente ni Cuentos para Algernon existiría. Pero por otra, es cierto que durante el tiempo que colaboré con ellos pude apreciar en alguna ocasión una cierta dejadez en relación a estos temas, por lo que no me sorprende que en ocasiones las traducciones que publican dejen bastante que desear.

 

CJ: ¿Por qué ciencia ficción, fantasía y terror? ¿Qué tienen estos géneros que atrapan de manera irrevocable?

M: En mi caso, creo que mi afición a esos géneros se debe en gran parte a la existencia en el instituto donde estudié de un club de ciencia ficción, organizado por un profesor aficionado al género. Ya por aquel entonces era una lectora voraz, así que por supuesto que me apunté al club, aunque supongo que también lo hubiera hecho si el club hubiera sido de literatura policiaca y ahora a lo mejor estaría traduciendo otro tipo de relatos. Los socios del club nos reuníamos periódicamente y teníamos a nuestra disposición una extensa biblioteca de obras de ciencia ficción. Gracias a ella descubrí y disfruté de un gran número de títulos, sobre todo de los grandes clásicos. Por ejemplo, mi regalo de bienvenida al club fue la edición de Bruguera de “Donde solían cantar los dulces pájaros”, de Kate Wilhelm, que por supuesto todavía conservo. Poco a poco me fui aficionando al género y, supongo que por afinidad, también a la fantasía y al terror. En mi opinión, este tipo de literatura juega con ventaja frente a la literatura realista. Puede ofrecerte todo lo que te ofrece esta última (análisis en profundidad de personajes y de las relaciones entre ellos, calidad literaria…), pero además de todo esto nada le impide darte mucho más, puesto que al no tener que aceptar las imposiciones de nuestra realidad, el abanico de ideas y posibilidades con los que puede jugar crece hasta el infinito. Y, centrándome en la ciencia ficción, que tal vez sea mi género favorito de los tres, la mezcla de calidad literaria, capacidad especulativa y sentido de la maravilla propia de las grandes obras del mismo es algo que rara vez se da fuera de este género. Y esa es la conjunción que espero encontrar cada vez que empiezo una nueva novela o relato de ciencia ficción.

 

CJ: Un buen traductor es una persona muy leída, con un conocimiento bastante amplio del género en el que se mueve. La traducción no solo implica transcribir un texto de un lenguaje a otro, implica realizar elecciones constantemente, elecciones que aportarán matices, profundidad, referencias, sensaciones y sentimientos. Me gustaría conocer tu proceso de trabajo, desde que recibes un encargo hasta que lo entregas. También me gustaría que hablaras de esas «elecciones» que menciono, cómo las abordas, qué te resulta más fácil y difícil. 

M: Si te parece, en lugar de centrarme en mi proceso de trabajo ante un encargo profesional, voy a hablar de cómo encaro las traducciones de los relatos del blog, que es lo que ahora mismo ocupa la mayor parte de mi tiempo dedicado a estos menesteres.

Antes de empezar a traducir un cuento lo releo, porque lo normal es que hayan trascurrido varios meses desde mi última lectura del mismo. Y a partir de ahí me lanzo. Al tratarse de relatos, los traduzco desde el principio hasta el final, eso sí, dejando pendientes para una segunda pasada un montón de decisiones de todo tipo. Una vez terminado ese primer borrador, y ya con un conocimiento más profundo del texto, suelo  tener una idea mucho más definida del estilo que debe tener la traducción, y lo normal es que muchos de los puntos oscuros que estaban pendientes se hayan clarificado al menos de manera parcial. Así que reviso la traducción cotejándola con el texto original con el mayor cuidado posible. En esta revisión intento detectar los errores que haya podido cometer e ir solucionando la mayor parte de los problemas pendientes, así como ajustar el estilo de la traducción para que refleje lo más fielmente posible el del original. Aparte de eso, retoco montones de detalles que me parecen mejorables.

Terminada esta primera revisión, paso a centrarme ya en aquellos puntos que todavía tengo marcados como problemáticos y los trabajo uno a uno. Es en esta fase cuando en ocasiones me veo obligada a recurrir a los autores, pidiendo aclaraciones o incluso consejos (por ejemplo, Zen Cho fue quien me sugirió qué palabras y expresiones malayas de las que aparecían en su cuento «Prudence y el dragón» debía mantener en malayo, cuáles debía traducir y cuáles simplemente debía eliminar).

Una vez solucionados todos esos problemas, dejo reposar el texto al menos un día y luego lo releo de un tirón ya sin el original delante, fijándome sobre todo en aquello que me rechina, que no me parece que suene natural en español, además de en los errores que pueda encontrar, por supuesto. Marco todo esos puntos y vuelvo sobre ellos tras esa lectura. Una vez corregidos, le paso el texto traducido a mi revisor particular, que se lo lee y a su vez me señala tanto errores como detalles que como lector no le han terminado de convencer. Vuelvo a revisar el texto para corregir todo eso y, tras una nueva relectura en la que ya prácticamente no toco nada, el texto queda listo para ser publicado.

En cuanto a las elecciones, un traductor las está haciendo de manera continua y en la mayoría de los casos casi inconscientemente. Rara es la palabra o frase que admite una única traducción. Ni siquiera «table» va a ser siempre «mesa».

Y, aunque se dice que no hay nada imposible de traducir, yo sí que he descartado algún cuento estupendo porque al leerlo en inglés me ha parecido que no podía garantizar que mi versión en español fuera a ser digna del original. En mi caso concreto, se me ocurren tres cosas que me parecen especialmente difíciles: los títulos, los neologismos y el humor.

Los títulos originales en inglés suelen ser bastante sintéticos, estar llenos de referencias culturales que a nosotros se nos escapan, de gerundios incorrectos en español, de juegos de palabras, de frases hechas… Resumiendo, que es muy habitual que una traducción más o menos literal no sea posible o no sea la mejor elección. En el mundo de la traducción profesional, el título definitivo suele ser decisión de la editorial. En mi caso, si no tengo las cosas claras, este es uno de los puntos que me gusta consultar con el autor. Por ejemplo, “Caída de una mariposa”, el título del relato de Aliette de Bodard, fue la sugerencia de la propia autora ante las distintas posibilidades que yo andaba barajando.

Los neologismos es otro de los problemas más habituales en este género. Ante un neologismo, lo primero que hago es investigar si el mismo ha aparecido ya en alguna otra obra. Si así ha sido, intento averiguar si ya se ha traducido y cómo. Y si la traducción existe y me convence, la respeto. Si no es así, pues toca echarle un poco de imaginación para descubrir todo lo que se esconde detrás de ese término e intentar inventar una palabra en español que transmita y refleje eso mismo. En estos casos, de nuevo resulta muy útil poder pedir aclaraciones al autor, un lujo con el que en mi caso estoy pudiendo contar.

Y el humor es bien sabido por todos que es muy difícil de traducir.  Pero sobre este tema prefiero no explayarme. Tengo previsto traducir varios cuentos de humor próximamente y, como empiece a reflexionar sobre las dificultades de la empresa, igual me doy cuenta del fregado en el que me voy a meter y me arrepiento.

(No dejéis de leer la segunda parte de esta entrevista el próximo díá 10 de Mayo)

Apertura de recepción de manuscritos en la web Ficción Científica

Estimados chupatintas, junta-letras, narradores, cuentistas, cronistas, fabulistas, troleros, escribientes y demás criaturas relatoras:

Si vuestros relatos están poblados de naves espaciales, exoplanetas, o seres que parecen salidos de la mente de un dibujante bajo los efectos de algún psicotrópico…

Si los monstruos os persiguen, si los aparecidos os acechan y los caballeros de alguna oscura orden mágica os acosan…

Si los electrodomésticos os hablan, alguna parte de vuestro cuerpo tiene vida propia u otra dimensión se abre en una esquina de vuestro salón…

Si os visitan elfos bigoréxicos, brujas con vértigo, marcianos aerofóbicos, o héroes disléxicos…

Ahora podéis contárselo al mundo en Ficción Científica, siempre que sea en forma de narración breve, entre 2000 y 3000 palabras. Esta página web, al mando de José Antonio Cordobés @f_cientifica, ha abierto la recepción de manuscritos inscritos en el género (ciencia ficción, fantasía, terror y weird) a los escritores en lengua española que deseen dar a conocer su trabajo.

Las obras pueden enviarse en formato Word o texto plano a relatos@ficcioncientifica.com, junto con una breve biografía bibliográfica que no supere un párrafo. Se buscan textos preferentemente inéditos cuyos autores mantengan sus derechos de explotación. Una vez valoradas, y siempre que se inscriban en la temática y los requisitos de la convocatoria, las obras serán publicadas cada lunes lunes. Después de su aparición en la página, los autores podrán publicarlas en cuantos sitios deseen.

En septiembre, coincidiendo con el aniversario de Ficción Científica https://twitter.com/f_cientifica se editará un e-book con todos los relatos que podrán descargarse de manera gratuita en la propia página web. El año pasado conoció la aparición de Ellos son el futuro, el volumen que recogía los relatos publicados hasta el momento en la página, y que recibió muy buena cogida por parte de los lectores.

Al tratarse de una página sin ánimo de lucro, no se remunerará a los autores, pero se les ofrecerá una tribuna online gratuita desde la que podrán distribuir su trabajo a una audiencia receptiva e interesada, que servirá como foco amplificador de su trabajo.

¡Ficción Científica espera vuestros manuscritos!