Fade Out

“The Bowie will never be gone” son las palabras que llevo repitiendo como un mantra desde que la noticia me aplastó contra el suelo hace dos días.

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Como dice una amiga mía, es muy difícil explicar para los que no lo entienden, por qué estamos tan tristes con el fade out elegante de Bowie: tendríamos que educarlos y eso deberían haberlo hecho sus padres.

Bowie es admirado y reverenciado porque encarna al artista total que, al final, es con lo que sueñan (en mayor o menor grado) todos lo que tienen un mínimo de sensibilidad hacia la cultura.

Que era una ser creativo que habitaba su imaginación, es constatar lo obvio. Solo hay que pasar revista a sus continuas puestas en escena: Mayor Tom, Ziggy Stardust, Saladdin Zane, the Thin White Duke (un trasunto de The Man Who Fell to Earth), el Pierrot de Scary Monsters, el Hombre Elefante, el Rey de los Goblins, Buddha of Suburbia, el vampiro en The Hunger, Poncio Pilato de La Última Tentación de Cristo, Nikola Tesla en The Prestige, Andy Warhol en Basquiat, y hasta Maltazard en Arthur and the Minimoys.

Porque David Bowie era una continua puesta en escena de David Jones, un reinventarse siempre respaldado por un sólido proceso creativo, una actividad que no dejó de estar salpicada por las drogas y los excesos en muchos momentos de su carrera, pero que se mantuvo fiel a su esencia: rock, soul, psicodelia y pop.

“The Bowie” nunca dejó de probar maneras alternativas de apelar a la sensibilidad del prójimo a través de su música, de sus manierismos estéticos, de álbumes diseñados al milímetro con un desprecio hacia lo manido, lo ya explotado, lo que olía a rancio. Era espectáculo en estado puro y, como tal, necesariamente popular en lo práctico, aunque en lo teórico insistiera en distanciarse de la comercialidad uniformadora que arruina muchas veces el arte. Era un lector compulsivo, cultivaba la pintura y las artes gráfica, y escribía. Sorprendía con canciones elaboradas, utilizando técnicas como el cut-up para escribir las letras o experimentando con sonidos inesperados e inquietantes.

Con dieciséis años le dijo a sus padres que quería ser una estrella pop: no se convirtió en una, lo fue. Y consiguió ser y no pretender, sin dejarse manipular en exceso por los intereses de las discográficas, absorbiendo formas de expresión poéticas (visuales o musicales) y regurgitando criaturas igualmente líricas, que alguna vez conocieron el éxito comercial, pero que casi siempre contaron con la bendición de la crítica.

Lo anterior no quiere decir que los críticos siempre se pusiera de su parte, que no obedeciera alguna vez en los dictados mercantiles de la industria, o que le hiciera ascos al dinero y al éxito empresarial: consiguió amasar una importante fortuna gracias a la gestión inteligente de su producción musical y a inversiones que, aunque a veces no fructificaran a corto plazo, consiguieron reportarle jugosos beneficios a la larga. Se convirtió voluntariamente en un producto eficaz. No en vano, en el famoso cuestionario de Proust que contestó para Vanity Fair, a la pregunta “¿quiénes son tus héroes en la vida real?” él contesto “El consumidor”.

Lo que le hacía especial es que conseguía, de una manera extraña e inexplicable, que quienes escuchábamos su música nos sintiéramos especiales, porque conectaba con aspectos marginales de nuestras personalidades en momentos clave. Bowie ponía letra a nuestras obsesiones, encarnaba nuestros miedos, desenterraba a nuestros fantasmas en sus vídeos, ponía a bailar nuestros delirios, nos hacía desearlo como alienígena, vampiro o rey de los goblins.

Era todo lo que se proponía, porque se soñó a sí mismo y el sueño se hizo real. Quienes no tememos los excesos sugeridos por la imaginación, le comprendimos y nos sentimos comprendidos por él. Esa bilateralidad formaba parte de su encanto y de su poder de atracción sobre el consumidor.

Y no soy la única que pensaba que, no es que él fuera especial, es que nos hacía sentir especiales. Aquí va este maravilloso post del blog de Susana Vallejo.

“The Bowie will never be gone”

 

 

 

1 comentario en “Fade Out

  1. Pingback: Bowie canta para mí | Susana Vallejo

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