El blog ha roto con su novio. Otra vez. Es la trigésimo sexta vez. Se han devuelto de nuevo los Twitts de amor, se han bloqueado mutuamente en las redes sociales y han cambiado su estado sentimental en Facebook de “en una relación” a “soltero”. Ahora que lo pienso, no sé si ha roto con el mismo o con algún otro. Y es que el blog ha salido con portales, motores de búsqueda, listas de música, y aplicaciones de todo tipo y condición. A lo mejor está enganchado a la idea de tener pareja.
Le recomiendo que se dé un tiempo y que permanezca sin compromiso durante una temporada. Así podrá recuperar la confianza en sí mismo y demostrarse que no depende emocionalmente de nadie, le digo. Me mira como si le estuviera proponiendo untarse de azúcar y meterse en un panal. Desisto de mis buenas intenciones. Ya no sé qué con este blog adolescente.
La adolescencia es la etapa de la vida en la que somos más vulnerables. Pensaréis que me he equivocado, que se trata de la niñez, y quizás tengáis razón: cuando somos niños, es fácil hacernos daño y no podemos defendernos, lo que ocurre es que nos somos conscientes de ello. En el momento en que empezamos a ser conscientes de nuestra vulnerabilidad, entramos en la adolescencia y por eso digo que somos más frágiles. Antes, de niños, lo éramos y cuando la juventud asoma, encima, lo sabemos.
Todo lo anterior viene a cuento porque, aparte de tener que soportar la cara avinagrada del blog tras su fracaso sentimental, acabo de leer La chica zombie de Laura Fernández por recomendación de un amigo cuya magnífica reseña podéis ver aquí http://ilium.qdony.net/?p=3359 . Y sí, es un libro que trata sobre muchas cosas, pero no sobre zombis. O, al menos, no los de las superproducciones de Hollywood, con su maquillaje super-realista y sus efectos especiales carísimos. En la historia que cuenta Fernández el maquillaje es de tienda de chinos y la gente se viste en las rebajas. No hay presupuesto para un departamento de arte con criaturas y escenarios generados por ordenador. Ni falta que hace.
La chica zombie es una fábula fantástica sobre una etapa no menos fantástica de la vida, en la que realidad y ficción se mezclan, cualquier suceso es sobre-analizado hasta la saciedad y la falta de comunicación revela el aislamiento al que podemos llegar, aún cuando estamos rodeados de nuestra familia o de personas de nuestra misma edad. Es como si uno se sintiera enfocado por millones de cámaras o forzado a vivir en la platina de un microscopio. Y la realidad no es menos cierta por pertenecer al reino de los fantástico.
Erin Fancher es una adolescente con nombre de chica norteamericana que vive en una ciudad de los EE.UU y va a un instituto como los que salen en las series yanquis. Su vida se sucede como un cúmulo de estereotipos. Un acontecimiento extraordinario la transforma en algo repugnante: no sabe qué le sucede, desconoce cómo volver a la normalidad y, lo peor, teme que los demás se den cuenta. ¿Os suena? ¿A que cualquier podría recordar un momento en su adolescencia que se sintió así?
Precisamente por eso afirmo que se trata de una fábula sobre la sociedad en general y la adolescencia en particular. Porque aunque haya una clara protagonista, existen más de una docena de personajes que convierten la obra en una novela coral, con tramas que se entrelazan y juguetean las unas con las otras. Me hubiera gustado que algunas de ellas hubieran tenido una resolución más cerrada, pero la autora no debió considerar importante lo que a mí me gustara. Normal, tampoco me conoce.
Shirley Perenchio es la chica más popular del instituto sin necesidad de ser animadora, Velma Ellis es la profesora solterona de Lengua, Rigan Sanders es el director “con desafíos horizontales” del instituto Robert Mitchum de Elron, Billy Servant es el empollón enamorado. Todos los nombres propios de la novela resultan lo suficientemente familiares como para identificar la historia como un pastiche de las historias de instituto norteamericanas sin llegar a ser plagios baratos. Es imposible no pensar en The Breakfast Club (1985), Ferris Bueller’s Day Off (1986) o incluso Dazed and Confused (1993). Confieso que no podía evitar pensar en Molly Rinwald cada vez que Erin aparecía entre las páginas de La chica zombie.
Una de las cuestiones que la historia aborda es la inseguridad como seña de identidad de los tiempos modernos. ¿Son los adolescentes más inseguros que los adultos? Según Laura Fernández, los complejos, los miedos y las perturbaciones emocionales son el denominador común de la sociedad actual en la que el individuo se repliega sobre sí mismo e interpreta la realidad a partir de las expectativas del grupo/s al/a los que pertenece. En este sentido, se rompen las barreras generacionales, y jóvenes y menos jóvenes comparten las mismas fuentes de inestabilidad, desde la depresión a la ansiedad, pasando por la paranoia y un abanico de sesgos cognitivos exagerados. He oído hablar a Laura Fernández del origen kafkiano de la obra, un cuento de metamorfosis somatizada que revela los engranajes ocultos de la psicología humana.
En La chica zombie lo que resulta más llamativo no es que los adolescentes concentren el 99% de su atención a sus relaciones interpersonales, sino que los adultos lo hagan y vean comprometida su salud mental. El fracaso es más patente cuando uno no ha sido capaz de cumplir con sus propias expectativas, las de sus familiares y las de su entorno ante la vida una vez que ha adquirido, supuestamente, independencia económica y autonomía a la hora de tomar decisiones.
Los personajes creados por Laura Fernández son remedos de categorías sociales reconocidas universalmente, pero su frescura estriba en la falta de pretensiones con las que se presentan, por obra y gracia de la autora. El ritmo del texto es endiablado, con auto-referencias irónicas y la sensación de estar montados en una montaña rusa emocional de la que el lector se convierte en testigo y cómplice. No importa que la historia y el comportamiento de los personajes sea hasta cierto punto bastante predecibles, porque lo que la autora busca es precisamente eso: apelar a la familiaridad del escenario, de la trama y de los actores para presentar una imagen clara de una realidad deformada por el peso de las reglas sociales sobre lo que es aceptable y lo que no. ¿O quizás sea una imagen deformada de una realidad prístina?
Las palabrotas, expresiones soeces y referencias repetidas al sexo oral que acampan a sus anchas en el texto intentan reflejar el sofisticado vocabulario juvenil capaz de expresar una miríada de conceptos con una palabra. “Joder” es el comodín de la baraja, el término elocuente con propiedades cuasi-mágicas capaz de transmitir sorpresa, desasosiego, asco, excitación, lástima, empatía y decenas de sentimientos púberes.
La chica zombie es una novela sobre adolescentes pero no creo que su público sean éstos. Una audiencia más madura podrá reconocer lugares y situaciones comunes y tendrá más material para relativizar sobre temas como la búsqueda de la propia identidad y esos ritos de iniciación para penetrar oficialmente en la edad adulta, lo que en literatura se conoce como bildungsroman. ¿Por qué? Porque se supone que ya habrá pasado por esta fase, aunque a juzgar por el universo creado por Fernández, quizás aún no la hayan superado.
Esta novela es entretenida, destila humor inteligente con una estructura y una prosa sin pretensiones. Lo anterior parece una obviedad pero no lo es. Es increíble la cantidad de obras “serias” con todos sus elementos cuidadosamente pensados y tricotados para dejar huella y convertirse en referentes, con la profundidad de los temas que plantean. A veces, el guiño, la ironía sagazmente empleada y la frescura que aporta la ausencia de ínfulas consigue atraer al lector y hacerle pasar un rato agradable… memorable añadiría yo.
El blog se ha puesto ha escuchar música de Marilyn Manson y se empeña a que yo también la “disfrute” porque ha subido el volumen al máximo. ¿Tocará hacer frente a otra denuncia por parte de los vecinos? Lo veremos en el próximo episodio.