Todavía estoy secando el vapor de agua de la pantalla de mi ordenador después de terminar de leer Terminal World de Alastair Reynolds. La odisea del ángel Quillon por una Tierra futura tan extraña como cautivadora está repleta de ideas nuevas y provocadoras que sólo un autor tan eficaz como Reynolds podría mantener en pie con éxito.
La novela empieza con ecos de la película Metrópolis, de Fritz Lang, para ir transformándose en una historia épica al más puro steampunk. Spearpoint es una mega-metrópolis del futuro en forma de inmensa torre en espiral con zonas diferenciadas. En cada zona solo tiene cabida un determinado nivel tecnológico. Los habitantes de una zona no resisten vivir en otra si no toman sustancias “anti-zonales” que les permitan aclimatarse a las condiciones de vida propias de cada sector. Además, la tecnología que funciona en una zona es totalmente inútil en la adyacente.
El protagonista, Quillón, vive bajo una identidad asumida ejerciendo de médico forense en una zona que dispone de electricidad pero no de circuitos integrados. Se trata de un ángel modificado genéticamente para poder infiltrarse en zonas por debajo de los Celestial Levels que le vieron nacer. Reynolds describe a los ángeles de dicho lugar como criaturas asexuadas, capaces de volar a elevadas altitudes y obsesionados con su supervivencia.
Quillón se verá obligado a escapar de Spearpoint con la asistencia de personajes marginales que le ayudarán a cruzar zonas hasta llegar al sector externo, o sea, al resto del mundo. Allí tendrá que luchar por sobrevivir al ataque de los “Calaveras”, una banda de piratas, y a los “Carnivorgs”, ciborg-canes extraordinariamente agresivos. Una ciudad-volante compuesta por cientos de dirigibles llamada Swarm sale a su encuentro y le salva de una muerte segura.
Cuando el inexplicable poder mental de una niña vagabunda, una tectomancer, demuestra que los límites entre las zonas pueden ser alterados, el protagonista se lanza a una carrera contra-reloj para salvar las vidas de los habitantes de la metrópolis de los que él mismo huía. Reynolds poco explica de lo que ocurre en el interior más profundo del rascacielos espiral ni cuáles son las misteriosas capacidades de transformación de los tectomancers. Ni siquiera tenemos la certeza de que el escenario de la historia sea el propio planeta Tierra en un futuro lejano. Esa “Tierra” a la que se refieren los personajes podría tratarse de otro planeta de nuestro sistema solar con características similares al nuestro. Personalmente creo que se trata de Marte “terraformado” pero en estado de decadencia.
La novela de Reynolds nos hace vivir las aventuras de Quillon y sus compañeros sintiendo el viento de cara en las maniobras aéreas de los dirigibles, estremeciéndonos con los crujidos de hueso y metal de los carnivorgs, y sudando por el calor de las tuberías que transmiten vapor de agua al cuerpo mecánico del malvado Tulwar. Terminal Worlddemuestra que no es necesario recurrir a naves espaciales o rayos láser para construir una inteligente historia de ciencia ficción donde no falta la tecnología, sociedades alternativas, misterio y mucha acción.
La próxima semana, no os perdáis la sorpresa que os tenemos preparada. No os vais a arrepentir de pasaros de nuevo por aquí.