Uno de los rasgos más extraños de la personalidad del blog es su profundo fervor religioso. Lo habéis oído bien. Resulta que nos ha salido creyente… Parece como si para sentirse una criatura viviente de pleno derecho necesitara probar su vertiente espiritual abrazando algún tipo de creencia mística. Todavía no he acabado de entender exactamente de qué religión se considera seguidor. Unas veces lo veo meditando descalzo y con las piernas cruzadas en la posición del loto. Otras veces le pone velas a unos iconos viejísimos que compró por Internet. También lo he visto danzando mientras se acompañaba con unos crótalos o pequeños platillos. Alguna madrugada me lo he encontrado fumando cigarros y restregándose el cuerpo con hierbas aromáticas.
Intento comprenderlo, pero se me hace muy difícil porque no sé exactamente en qué cree. Cuando le pregunto, se limita a contestarme con generalidades como que tiene que haber un “Arquitecto” de toda la realidad. Quiero pensar que se refiere a la película Matrix, pero me temo que ni siquiera él tiene claro su religión.
Reflexionando sobre estas cosas me vino a la mente Cánticos de la lejana Tierra deArthur C. Clarke, editado en España por Alamut. Al final de sus días Clarke reconocía que se trataba de uno de sus libros favoritos porque recogía con precisión lo que siempre había querido trasmitir a través de su trabajo. En el capítulo 46 titulado “Lo que quiera que los Dioses sean…” un ser humano procedente de la Tierra intenta explicar qué es Dios a un humano nacido en una colonia de otro planeta. “El problema con la palabra Dios es que nunca ha significado lo mismo para dos personas, sobre todo si se trataba de filósofos”. Con una sola frase, el escritor británico afincado en Sri Lanka resumía uno de los puntos más polémicos de toda la historia del pensamiento de la humanidad.
Pero empecemos por el principio. Parece ser que el origen de la novela proviene del primer relato de ciencia ficción que el escritor vendió, titulado Equipo de Rescate, y que fue publicado en una antología en el año 1956. Las premisas de aquel cuento sirven de arranque a Cánticos: en un futuro a medio plazo el sol se transforma en nova y los habitantes de la Tierra se lanzan a explorar el espacio en busca de mundos viables.
Siguiendo la estela de aquel relato de los años 40, cuando Clarke trabajaba para la Fuerza Aérea Británica, Cánticos de la lejana Tierra comienza precisamente en una de las colonias establecidas por los descendientes de aquellos viajeros terrícolas. Thalassa, un planeta cubierto en su casi totalidad por océanos y con un puñado de islas habitables, es el escenario de la narración. En dicho entorno florece una comunidad utópica de seres humanos que vive en equilibrio con la naturaleza. El uso de la ingeniería genética para eliminar los genes causantes de los problemas de salud y de convivencia y el acceso a una información selectiva hacen posible una coexistencia cuasi-idílica.
La nave Magallanes, con otra remesa de supervivientes de la nova solar, llega a Thalassa para repostar agua con la que reconstruir el escudo de hielo que les permite contrarrestar los efectos de la abrasión al alcanzar velocidades cercanas a la de la luz. El encuentro pacífico entre la tripulación de la nave, en hibernación durante varios siglos, y los Thalassanos esconde un choque cultural más profundo con múltiples historias de amor incluidas.
He leído que muchos consideran esta obra como una de las menos afortunadas de Clarke. Yo, humildemente, no estoy de acuerdo. Cuando la novela se publicó en 1986, el autor británico no tenía que demostrar nada ya, me parece a mí. Después de escribir Cita con Rama, 2001: Odisea Espacial, El fin de la Infancia, El Martillo de Dios o Las fuentes del Paraíso, ganar tres premios Hugo y dos Nébula y ser nombrado Caballero del Imperio Británico creo que podía permitirse el lujo de inventar lo que le diera la gana. Muchos le reprochan que en Cánticos de la lejana Tierra incluya una historia de amor demasiado azucarada y que ofrezca una visión un tanto ingenua de los asentamientos humanos en el futuro. Precisamente otros le echaron en cara que durante su carrera diera demasiada importancia a los aspectos tecnológicos y científicos de sus historias y que no dedicase la suficiente atención al desarrollo psicológico de los personajes. Por lo visto, en ninguna parte del Universo llueve a gusto de todos.
No entiendo esas críticas. En Cánticos de la lejana Tierra, Clarke propone interesantes ideas científicas, como la del ascensor espacial o la de la utilización de la energía del vacío espacial como combustible para los viajes interestelares. Quizás a sus detractores les llegó a molestar que declarase tan abiertamente su ateísmo y que conscientemente excluyese la religión en su particular visión de una futura colonia terrestre en un planeta extra-solar. “No creo en Dios pero estoy muy interesado en él”, afirmaba sin reparo. Personalmente creo que hace un retrato bastante ajustado del hecho religioso describiendo al Dios Personal como “Alfa” y al Dios Impersonal como “Omega” en el famoso capítulo 46 que ya hemos citado. Lo que más me gusta es cómo termina la particular explicación sobre Dios del humano terrestre al humano Thalassano: “No creasnada de lo que he dicho…”
Es lícito que algunas obras de Clarke gusten más o menos pero no creo que sea justo desacreditar esta novela en concreto ya que es una de las que el escritor se sentía más satisfecho porque representaba su legado literario, científico y filosófico.
Acabo de encontrar al blog recitando, sí, lo habéis oído bien, recitando las tres Leyes de Clarke:
- Cuando un científico reputado pero entrado en años declara que algo es posible, es casi seguro que esté en lo cierto. Cuando declara que algo es imposible, probablemente esté en un error.
- La única manera de descubrir los límites de los posible es aventurase un poco más allá, hacia lo imposible.
- Cualquier tecnología suficientemente avanzada no se puede distinguir de la magia.
Me diréis que no debo preocuparme porque no existe ninguna Iglesia Clarkeana. Si no aparece en Wikipedia, probablemente no exista (1ª y hasta el momento única Ley de Cristina Jurado).
El blog parece no estar de acuerdo. Y me sigue mirando de forma rara…