Cada día el blog me sorprende más. Descubro nuevas facetas de su personalidad y me doy cuenta que he engendrado una criatura mucho más compleja de lo que en un principio tuve la intención de crear. Suele pasar. Cuando uno se convierte en demiurgo en sus ratos libres, a menudo no se detiene a pensar en las consecuencias que puede acarrear su creación. Desde el libro decimonónico Frankenstein o el Moderno Prometeo hasta la película setentera El Engendro Mecánico, llegando a ejemplos más recientes de los cuáles no quiero acordarme, el destino de los “creadores” no suele ser demasiado halagüeño. No diría yo que le tengo miedo, al menos aún no. Pero sí estoy intentando comprenderlo mejor en previsión de que pueda un día reprocharme que no le doy la atención que se merece.
Veréis: resulta que el blog es autodidacta. Si alguno de vosotros tenía aún dudas sobre su existencia, tengo que declarar que es un ente extraordinariamente curioso. Y muy exigente. Quizás haya tomado conciencia de lo limitada que es su cultura proveniente de fábrica y ha decidido ilustrarse sobre los temas que le interesan. ¿Quiénes somos, hombres y blogs? ¿De dónde venimos? ¿Cuál es el origen de este universo que compartimos?
En vez de explorar el pensamiento de filósofos excelsos -no sé, un Platón, un Descartes o un Richard Dawkins– le veo leyendo Breve historia del tiempo de Stephen Hawking. La obra está editada en nuestro país por Editorial Crítica, Alianza Editorial y Austral y se convertido en uno de esos libros de cabecera de la llamada cultura pop. A pesar de que su autor ha publicado posteriormente otros títulos (Brevísima historia del tiempo, El universo es una cáscara de nuez o El gran diseño) siguen proliferando las re-ediciones de aquel libro primigenio.
No creo que Hawking se considere a sí mismo filósofo, no al menos en su acepción moderna. Él siempre se ha definido como un científico primero, físico teórico y cosmólogo, y después como un autor de obras científico-divulgativas. Personalmente sí creo que podríamos calificarle como filósofo en el sentido antiguo de “sabio”. Me explico: su contribución en el ámbito de la física no puede ignorarse y pienso que sus descubrimientos y propuestas teóricas tienen implicaciones que van más allá del ámbito científico.
El libro comienza con una introducción del astrofísico Carl Sagan, o sea, dejando el listón bastante alto. ¿Hay alguien ahí afuera que sea aficionado a la ciencia ficción que no haya soñado viendo la serie Cosmos? Lo maravilloso de Sagan era su voluntad comunicadora, así como el carácter entretenido de sus iniciativas divulgativas. Con un padrino de ese calibre, Hawking propone examinar la realidad en todas sus tallas, desde las partículas más pequeñas hasta los cuerpos celestes más grandes.
Un vacío abarrotado
El británico dedica buena parte del libro a explicar la “niña bonita” de su trabajo en el ámbito de la astrofísica, los agujeros negros. El término, acuñado en 1969 por el científico John Wheeler, se popularizó en la década de los setenta y ochenta en series como Star Trek o Dr. Who, donde servía como excusa para cualquier argumento descabellado. Hawking repasa la historia de este fenómeno, que hace más de doscientos años ya fue intuido por algunos teóricos, de una manera lo suficientemente sencilla como para que cualquier lector no versado en matemáticas pueda comprenderlo a grandes rasgos. Aprendemos que los agujeros negros: son cadáveres de estrellas; su colosal densidad produce una gigantesca fuerza de gravedad; algunos rotan y otros no; su existencia se demostró teóricamente antes que empíricamente; y emiten un cierto tipo de radiación. El horizonte de sucesos, el límite espacio-temporal de este fenómeno, es uno de esos conceptos que sorprenden y permiten soñar con otras realidades desconectadas de las del universo en el que vivimos.
El blog me recuerda una frase del libro -”Nuestro universo es una de las posibilidades más probables.”- y los dos flipamos al unísono. Resulta que, según Hawking, el tejido del espacio-tiempo no puede entenderse sin acudir a la física cuántica. O sea, que para entender lo más grande hay que empezar por comprender lo más diminuto. Parece ser que las partículas subatómicas tienen un comportamiento tan poco previsible que han conseguido traer de cabeza a la mayoría de los físicos durante el siglo XX y lo que ya llevamos de siglo XXI.
Pero es precisamente la conducta de esa porción minúscula de la materia y de la energía lo que permite que los agujeros negros emitan una radiación que les hace ser detectables y brillantes, contra todo pronóstico. Porque si un agujero engulle todo lo que se le acerca, incluso la luz, ¿cómo puede irradiar partículas que nosotros podamos medir? La culpa la tienen las disfuncionales relaciones existentes entre las partículas sub-atómicas y esa gran desconocida, que siguen siendo la fuerza de gravedad.
Admitir que el universo no es una cuadrícula perfecta sino que hay fuerzas, como la ya mencionada, que la someten y consiguen desestabilizarla requiere una cierta amplitud de miras. También lo es aceptar que en el vacío no está tan desocupado sino que bulle de actividad, de la que aún nos queda mucho por conocer. Hawking explica con eficacia algunos de los conceptos más complejos de la física y nos invita a considerar la posibilidad de que no exista un origen del universo tal y como nosotros entendemos el comienzo de un evento. Para ello, propone un modelo en el que el espacio-tiempo sea una estructura redonda en la que no pueda declararse un origen y/o un fin determinados. Dicha estructura parece estar hinchándose, o sea creciendo, desde una explosión -el archi-conocido Big Bang– cuyo certificado de nacimiento no muestra fecha alguna porque todo lo sucedido antes no tiene ninguna relación causal con nosotros.
Sinceramente dudo de que los miles de personas que han comprado este libro lo hayan leído al completo. De hecho, en un artículo de un medio británico se decía que era conocida por ser una obra tan vendida como poco leída. No sé si habrá despejado las dudas que el blog, y otros tantos como él, tenían sobre el origen del universo. De lo que sí estoy segura es de que Breve historia del tiempo sirvió para dar a conocer a Stephen Hawking y para convertirlo en un icono de la cultura popular, tanto en el terreno de la ciencia y la divulgación como en el ámbito de la ciencia-ficción. Desde jugar a las cartas con Newton y Data en un episodio de Star Trek, hasta ofrecer su voz sintetizada para un capítulo de Los Simpsons o desplegar sus dotes cómicas en Big Bang Theory, su imagen frágil y sus evidentes limitaciones motrices no le han impedido escribir, teorizar, enseñar, actuar y comunicar. Es, en definitiva, una metáfora del propio ser humano, que ha conseguido con el único poder de su capacidad de reflexión desentrañar los misterios de una naturaleza variable y hermética.
He oído decir a algunos científicos que este libro es demasiado superficial para ser considerado una buena obra de divulgación, cuando otros le achacan precisamente lo contrario, que sea excesivamente denso en materia científica. Personalmente, creo que es un buen intento por hacer una obra seria a la vez que accesible.
Veo al blog tomando apuntes. A veces mira al horizonte y veo que se pierde en sus pensamientos sobre astrofísica. Detrás de él, un póster de un Hawking sonriente comparte pared con otro de la película Avatar. Su sed de conocimiento es inagotable. Me temo que he creado, no a un monstruo sino peor aún… a un nerd*.
*Empollón de toda la vida.