Ratoneando con China Miéville

El otro día encontré un ejemplar de segunda mano de King Rat del británico  China Miéville en la tienda de libros más cercana a mi casa. Lo disfruté con gula y eso que me costó el equivalente a 2 euros. No sé vosotros pero los libros con hojas que empiezan a amarillear y que huelen ligeramente a tinta tienen un encanto al que yo no me puedo resistir. El blog dice que soy una antigua y que pronto empezaré a hacer coleccionismo de casettes Betacam para solaz del vecindario. Ignoro el sarcasmo de sus palabras y me hundo en la historia hasta la barbilla.

Tener poderes no significa ser un superhéroe. Eso es lo que he aprendido leyendo la novela. Eso y alguna otra cosa más como que, por ejemplo, se puede componer prosa poética describiendo las alcantarillas de una gran ciudad. Es lo que llamo “Beauty in garbage”, es decir la belleza se oculta en las sobras de una ciudad, esas partes a menudo escondidas para el ojo del ciudadano que solo ve fachadas y monumentos. Estoy hablando de lo incómodo a la mirada, de lo sucio y oxidado, de los grafitis inoportunos, de los neones deslumbrantes, de los callejones aparentemente desiertos y de quienes viven en ese espacio urbano paralelo. Hegel hablaba de la fealdad como si fuera un choque necesario con la belleza, y si lo dice un filósofo que encima es alemán, yo señores, le doy credibilidad.

Es posible que Miéville haga de las ratas una metáfora de la ciudadanía londinense y nos la venda envuelta en el cuento del flautista de los hermanos Grimm. Quitadle al flautista el instrumento musical y sustituirlo por algo más moderno, no sé… el abono del móvil por ejemplo, y ya tenemos tropo. El británico consigue que las vistas urbanas de Londres desde la ventanilla del tren que toma el protagonista resulten más atractivas que los nenúfares de Monet.

En cuanto al argumento, se podría decir que King Rat es el “Flautista de Hamelin revisited”, aunque el autor consigue imprimir una profundidad a la historia que en el cuento solo se daba en potencia (ya lo digo Aristóteles, aunque él hablaba de Física y no de literatura). La tragedia del músico que en la Edad Media sedujo y secuestró con su melodía a los niños de una pequeña ciudad alemana sirve a Miéville para estructurar una narración que se traslada a Londres. Pero el músico psicópata del británico no es una versión del alemán del siglo XIII… ¡es el mismo! Nos encontramos pues ante un spin-off, una secuela desarrollada de toda la vida.

El flautista, que lleva siglos aterrorizando a las ratas con su música, llega a la capital de la Gran Bretaña siguiendo el rastro de una estirpe de seres humanos con poderes de mimetización, reflejos optimizados, un notable sentido de la orientación y capacidades de percepción agudizadas. El rey destronado de estos seres, un tipo con mal carácter que dice más verdades en argot que todos los boletines de noticias de la BBC juntos, necesita la ayuda de su sobrino Saul para vencer al flautista psicópata.

El problema es que nunca se explica por qué se le fue la olla al músico, el origen de las “ratas humanas” (se menciona a la difunta madre de Saul, pero es un personaje periférico y poco explotado), por qué ser medio-rata te da el poder para no sucumbir a la música de la flauta mágica, qué motivo hay para los humanos puedan ser sometidos también por el flautista… Un argumento con tantos agujeros como un queso de gruyere, si se me permite la comparación roedora.

Estamos de nuevo ante una historia con un protagonista accidental, Saul, con una vida normal de suburbio británico que se encuentra acusado de horrendos crímenes de la noche a la mañana porque todas las pruebas lo incriminan. No es una premisa muy original, pero Miéville logra elevar el nivel gracias a un buen trabajo de caracterización de los personajes. Saul es un personaje complejo con una relación difícil con un padre que muere en las primeras páginas de la novela, por lo que solo lo conocemos más que a través de los recuerdos y evocaciones de su hijo.

Las relaciones paterno-filiales son uno de los temas que vertebran la narración y se apoyan en personajes sólidos y cercanos. Para mí los personajes son uno de los puntos fuertes de la obra, sirviendo además como muestrario del ecosistema humano de las megalópolis modernas en todos sus pantones. Incluir la música electrónica de finales de los ´90 no solo ayuda a ambientar la novela y a actualizar el cuento medieval sino que permite profundizar en la figura del músico genial y perturbado. Y sí, hay referencias evidentes hacia Gaiman y su Neverwhere del sub-suelo Brittish, un homenaje puntual y sucinto de Miéville que afortunadamente no ha continuado en otras obras suyas.

Aunque ya he confesado alguna vez mi debilidad por China Miéville (la carne es débil y a mí me van los calvos cachas, con tesis doctorales y activistas de izquierdas) tengo que reconocer que King Rat no es tan redonda como otras de sus obras. Sí. Hasta yo lo veo. La prosa en general es fluida pero puede resultar un poco forzada en algunos momentos, como si #miChina (hashtag por la cara) hubiera estado escribiendo con el tesauro en la mano y encajando sinónimos a golpe de teclado. No deja de ser buena prosa, pero no es lo mejor de #miChina. Teniendo en cuenta que se trata de su primera novela, es un debut bastante honroso que dejó a la comunidad lectora con ganas de más.

En definitiva, King Rat es una novela entretenida y de prosa eficaz que sirve para despertar el apetito de quienes, como a mí, nos gusta la ficción especulativa.

El blog dice que mis preferencias literarias son de mal gusto. Yo le digo que el concepto de “gusto” es tan elástico como los chicles, una comparación muy útil e ilustrativa que, como los pegotes de goma de mascar, se puede dejar pegada en cualquier argumento.

 

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