La culpabilidad es un sentimiento universal. Todos la hemos sentido en algún momento y conocemos en mayor o menor medida sus efectos. Implica valorar negativamente alguna de nuestras acciones pasadas, intencionadas o no, y revivir constantemente dicha negatividad. Lo curioso es que el tiempo no sirve necesariamente para amortiguar este sentimiento y sus secuelas pueden llegar a ser extraordinariamente desequilibrantes para el individuo. Además, es fuente inagotable de célebres obras literarias, desde Edipo Rey, pasando por Macbeth, Crimen y Castigo o Viaje por el Scriptorium de Auster.
Pórtico publicada en 1976 y escrita por Frederik Pohl, es otra gran historia que se construye alrededor de la culpa. La edición que acabo de releer lleva prólogo de Alastair Reynols, otro interesante autor del género y del que ya hablaremos en el futuro, aunque en España la novela la publica Ediciones B. Su protagonista es Robinette “Rob” Broadhead, un pionero espacial que se hace millonario tras volver como único superviviente de un viaje a un agujero negro.
La trama se desarrolla, fundamentalmente, en la consulta del psicólogo que el protagonista visita para intentar superar sus traumas. En realidad, el libro es una larga conversación entre el paciente, Rob, y su psicólogo, el ordenador Sigfrid, dividida en varias citas y salpicada de flash backs sobre los acontecimientos que condujeron al primero hacia el agujero negro, el sentimiento de culpa y la antesala de la locura.
No he podido dejar de acordarme de la relación entre Sam y Gerty, el trabajador solitario y el ordenador de la estación lunar Sarag en la estupenda película Moon (2009), de Duncan Jones. La interacción entre el hombre y la máquina es otro de los temas de fondo de la novela, aunque en el caso de Pórtico, Sigfrid actúa más como la conciencia de Rob que como su psicoanalista. A veces da la impresión de que estamos asistiendo a un monólogo del protagonista consigo mismo y que su personalidad se desdobla para ejercer de interlocutor.
La propuesta de Pohl es sencilla pero genial. En un futuro a medio plazo la humanidad encuentra la avanzada tecnología de una civilización ausente, los Heechees. Nadie sabe qué son, qué idioma hablan o dónde están. Lo único que se conoce de ellos son sus naves con destinos pre-programados y capaces de cubrir distancias astronómicas a una velocidad superior a la luz.
El protagonista se une a otros pioneros espaciales en Pórtico, un asteroide reconvertido en puerto interestelar explotado por una corporación gigante que paga por viajar en las naves para descubrir la tecnología que se esconde en los destinos pre-fijados. Cuando la ambiciosa misión en la que Rob y su pareja sentimental se embarcan para conseguir la fortuna que todos persiguen les envía directamente a la entrada de un agujero negro, la tragedia está servida. El único superviviente será el protagonista, que se hará millonario tras cobrar el seguro del resto de la tripulación. Contar más sobre la trama sería impedir que descubrieseis el horror que se esconde tras la ralentización del espacio-tiempo en dichas regiones del universo.
Hay una crítica implícita contra el uso desmesurado y alocado de la tecnología, aunque recordemos que se trata de un libro de 1976. Salvo por un par de menciones a los casettes y hologramas (hoy hablaríamos de los reproductores MP4 y la imagen 3D), la historia derrocha credibilidad. Pohl cuestiona la ambición desmedida de la humanidad, capaz de sacrificar a los individuos que sean necesarios para encontrar tecnología de la cuál sacar provecho económico. En último término Pórtico no es más que una crítica subyaciente al capitalismo superlativo.
Son impagables las inserciones en el texto de documentos relacionados con la historia, desde anuncios por palabras con las propuestas más extrañas a informes sobre las misiones. El sentimiento de culpabilidad permea cada página y nos hace sentir el dolor de Rob, que no puede perdonarse seguir vivo. En las últimas líneas es precisamente el ordenador Sigfrid el que le hace ver que vivir es una acción demasiado valiosa como para desperdiciarse sintiendo culpa.
Siempre digo que una buena historia de ciencia-ficción es aquella en la que los personajes se apoderan de la trama y hacen palidecer a los efectos especiales. Pórtico es así.