Sucedió algo extraño cuando empecé a leer Jonathan Strange & Mr. Norrell de Susanna Clarke, editado en nuestro país por Salamandra. El libro me encontró merodeando en las pilas de títulos rebajados del supermercado que frecuento –¡invención del demonio, laberinto del consumismo irracional e indulgente!-. La cubierta negra, sobria pero poderosa, me llamaba a voces entre las decenas de obras que agonizaban en el islote solitario dedicado a la literatura. Varias veces pasé de largo, pero la novela nunca se dio por vencida. Un día caí y la adquirí.
El aspecto de esta narración dice mucho sobre su contenido. Mi edición es de tapa blanda, con una letra de pequeñísimo tamaño desbordando cada hoja y convirtiendo la lectura en un desafío. Son 1006 páginas divididas en tres volúmenes y un total de 69 (no penséis mal) capítulos. El título revela mucho sobre la historia. Da a entender que hay dos personajes importantes, Strange y Norrell, y Clarke consigue que desde la portada empaticemos con el primero y que aprendamos a detestar al segundo. Si en el título conocemos el nombre completo de Strange, sólo aparece mencionado el apellido de Norrell.
La novela es muy larga… demasiado. Incluso el blog está de acuerdo conmigo en este punto. Por primera vez en la vida de ésta que suscribe, he tenido que recurrir a los “intermedios” para saborear Jonathan Strange & Mr. Norrell, o sea, leer un par de capítulos para dejar el libro y dedicarme a disfrutar otro, y luego volver. Es una técnica poco recomendable, torpe y decididamente esquizofrénica, pero la paciencia es una de esos bienes con los que no he sido bendecida. Con este ritmo, he tardado mes y medio en leer la historia y un par de semanas en digerirla. Estoy en franca decadencia. Lo cierto es que la edición no era la más indicada para invitar a una lectura dilatada.
Dos que eran tres
La Europa que se nos describe está trazada a escuadra y cartabón a partir de los relatos históricos victorianos, a no ser porque se perfila como una versión alternativa en la que la magia está tan presente en la vida cotidiana como el té de las cinco. La trama se articula en torno a la relación entre los tres protagonistas. Sí. He dicho tres… y, aunque parezca mentira, sé contar. Porque en la portada no se menciona el tercero sino de manera simbólica, con la figura de un cuervo plateado sobre el negro del fondo. Se trata del Rey Cuervo, el líder del País de las Hadas, con sus duendes y demás habitantes fantásticos de un reino mágico que comparte isla con la Gran Bretaña.
El tal rey es el antagonista del tándem mal avenido formado por el auto-proclamado único maestro de magia de Inglaterra (Norrell) y su inesperado discípulo (Strange). Si el profesor es soltero, altivo, egoísta, interesado, calculador, ambicioso y maniático, el alumno está casado y es encantador, despreocupado, generoso, noble, reflexivo y franco. La mezcla es explosiva y solo necesita del empujón apropiado, propinado por el extraño Rey Cuervo, para alcanzar un choque de proporciones épicas. El monarca del Reino de las Hadas es un personaje histriónico, acomplejado, impulsivo y con ciertos trastornos de la personalidad que hacen que el lector se pregunte por los verdaderos motivos que lo incitan a actuar de la errática manera en que lo hace. Parece tratarse de un ser cuya longevidad y capacidad para emplear la magia se desprende de la energía vital de las personas sobre las que extiende sus encantamientos.
El mimo y la profundidad con la que están tratados los personajes secundarios es uno de los puntos fuertes de la novela. Las conversaciones entre el sirviente sin nombre, poseedor de un destino extraordinario, y el soberano de las Hadas son deliciosamente humorísticas. Hay damas aquejadas de males del espíritu, hombres de confianza sabios, aprendices de mago y magos de pacotilla, fans ridículos y encorsetados, militares excéntricos, hombres-libro… Con respecto a este último, se aprecia el guiño de Clarke a El Hombre Ilustrado de Bradbury.
Mención aparte son las numerosas notas a pie de página que, aunque proliferan en cantidad y extensión en la primera parte de la historia, se vuelven tímidas hacia el final. No es que desaparezcan, pero parecen resignarse a perder protagonismo conforme avanza la narración. Hay quienes reprochan a Clarke que insertase esas interminables notas de letra diminuta, pero yo creo que es uno de los atractivos del libro. Se trata de apuntes de leyendas, personajes míticos y libros sobre magia que profundizan en una Inglaterra alternativa y cargan de “hipotética” credibilidad al texto. La autora tardó diez años en escribir esta novela, lo que no es de extrañar por la titánica tarea que supone confeccionar un universo de referencias paralelas.
Esta novela obtuvo el reconocimiento internacional al ganar el premio Hugo en 2005. Es en la abundancia de detalles, las notas, los diálogos ingeniosos y la fertilidad de acontecimientos donde palpita una historia con alusiones a las obras de Lord Byron o Jane Austen y un toque de horror gótico de Bram Stoker. La magia que se cultiva es una práctica aceptada y extraordinariamente popular, reservada a una minoría elitista y que refleja con fidelidad las férreas reglas sociales victorianas. Las fronteras entre lo fantástico, la locura, el mito y la Historia se desdibujan e invitan al lector a explorar los límites de la realidad.
Esta obra funciona casi como una recopilación de escenas que se suceden a través de una prosa convincente, aunque a veces el ritmo se vea ralentizado por la profusión de sub-tramas. Clarke no adopta el estilo de J.K Rowling, separando el mundo mágico de la vida diaria, sino que es capaz de introducir hechizos y encantos con inteligencia y numerosas dosis de humor en la cotidianidad británica decimonónica.
Se dice que esta obra está bordada con referencias a Dickens… y probablemente tengan razón. Personalmente la veo mucho más cercana a Wilde por la ironía y la crítica voraz que aparecen en cada uno de los retratos de los personajes victorianos. Además, qué queréis que os diga, a mí Dickens siempre se me ha hecho algo pesado. Probablemente esto indique mucho sobre mi personalidad, superficial y simple, pero a mí Charles es un poco cargante… huele a cortinas de terciopelo, sillones de cuero de club inglés y mucho corsé apretado. Wilde es igual de británico, lo reconozco, pero hay en él una cierta rebeldía, un inconformismo inteligentemente articulado en sus obras que lo convierten en uno de mis autores favoritos.
El blog tiene más paciencia que yo y devoró el libro en una semana. Claro que él no tiene que cuidar, nutrir y resolver todos los problemas derivados de tener a su cargo a una cuadrilla de criaturas virtuales. ¿Quién creéis que se ocupa de su mascota, su novio y su digitalísima persona?