“¿Hay que encontrar la luz o hay que perder el miedo a la oscuridad?”
Mira que me lo habían advertido: “Como empieces un blog, nunca serás libre de nuevo”, me dijeron. Y yo, que soy muy echada para delante, les replicaba: “¡No, si lo puedo dejar cuando quiera!”.
Necias palabras las mías. Porque lo cierto es que cuando inicias un blog -aunque sea tan disfuncional como éste- adquieres una serie de obligaciones. El blog es muy exigente: como todo ser vivo, necesita nutrirse. Demanda información constantemente y, dejadme que os diga, ha convertido la glotonería virtual en todo un arte. Quiere saber más, profundizar y analizar con detenimiento, investigar, recopilar y digerir los datos para publicarlos. No reconoce los horarios de oficina, las fiestas del calendario ni los días de asuntos propios.
Como se está volviendo insaciable, he decidido llevarlo de nuevo al psicólogo. Sí, hay psicólogos para blogs, aunque sean pocos y se oculten bajo sospechosos nombres para preservar su intimidad. Parece que psicoanalizar blogs no debe estar bien visto en la profesión.
El psicólogo nos recomendó que leyéramos La velocidad de la oscuridad de Elisabeth Moon, publicado en nuestro país por Ediciones B en su colección Nova. Dice que el libro es inspirador pero no nos explica por qué lo cree.
Premio Nébula 2003
Quién desconozca a Elisabeth Moon debe saber que es una autora norteamericana ganadora del prestigioso premio Nébula en 2003 con La velocidad de la oscuridad. Estos premios son los que concede la asociación Science Fiction and Fantasy Writers of America cada año para galardonar los mejores trabajos en el ámbito de la ciencia ficción y la fantasía en USA.
La mayor parte del libro está escrito en primera persona, o sea, desde el punto de vista de Lou Arrendale, el protagonista. Lou tiene autismo, pero su increíble capacidad para detectar pautas en el aparente caos de la informática lo han convertido en empleado de una multinacional.
La historia se sitúa en un futuro a medio plazo. Vamos bien. El protagonista es capaz de articular sus pensamientos de manera inteligible y de funcionar eficientemente en la sociedad gracias a las terapias de conducta aplicadas de manera intensiva desde la infancia. De hecho, la multinacional que emplea a Lou dispone de un departamento completo compuesto de personal con autismo.
Arranque prometedor. De hecho esta novela se enmarca en una cierta tradición de la literatura de fantasía y ciencia ficción que “aprovecha” las habilidades de las personas con autismo de alto funcionamiento (con un cociente intelectual de más de 70-80). La novela Martian Time-Slip de Phillip K. Dick ya exploraba en 1964 la facultad para alterar el continuo temporal de Manfred Steiner, un chico con autismo en Marte. Otro título, encuadrado en la literatura fantástica y de horror, es The Regulators que Stephen King publicó en 1996 bajo el pseudónimo de Richard Bachman. La historia viaja por la mente poseída de un muchacho que tiene autismo, capaz de controlar la realidad que lo rodea.
Ponerse en la piel del otro
El problema con La velocidad de la oscuridad no es la temática. Resulta posible que en el futuro se desarrollen tratamientos que no solo mitiguen sino que permitan a las personas con autismo superar los trastornos de desarrollo que padecen. Parece razonable, aunque poco probable, que grandes empresas entiendan y aprovechen las características únicas de este tipo de personas y les proporcionen un entorno laboral seguro y adaptado a sus necesidades.
El punto débil de la historia reside en el protagonista. Lou es el adulto con autismo más sensible a las emociones, relaciones sociales y conductas que conozco. Acepto que al haberse sometido a terapias específicas desde su infancia, está mejor preparado para hacer frente a los desafíos que presentan las interacciones sociales cotidianas. Lo que no puedo entender, quizás porque nunca he interactuado directamente con ninguna persona que presente este tipo de trastornos, es que articule con tanta exactitud sus emociones y las de los demás. Incluso cuando se equivoca, como en su relación con uno de su compañeros de esgrima, me veo reflejada en ese tipo de situaciones y pienso que somos muchos los que sin tener autismo encontramos dificultades para descifrar el comportamiento de los demás.
Elisabeth Moon tiene un hijo con autismo. Seguro que ella está mejor informada y preparada para entender el universo de este colectivo y para trasladarlo de manera creíble al papel. Pero yo no me lo creo. No me creo al protagonista porque no le veo tan distante socialmente como pienso –y digo “pienso” desde la total ignorancia sobre el autismo- que una persona que experimente un trastorno del desarrollo pueda actuar. Conozco algún individuo que supuestamente no padece ningún dificultad de este tipo que comete más torpezas que Lou en sus interacciones diarias… y no miro a nadie.
Tampoco ayuda demasiado a aumentar la credibilidad del personaje el hecho de que su recorrido personal sea impecable. Lou es el héroe: trabajador modelo, vecino perfecto, ciudadano responsable, espadachín con talento… Sin contar con que es un estudioso incansable capaz de entender los secretos de la neurología en tiempo récord.
El esfuerzo de la autora por desentrañar los procesos mentales de las personas afectadas por el autismo es indiscutible. Nunca es fácil ponerse en la piel del otro, sobre todo si ese “otro” forma parte de una comunidad con necesidades especiales. Pero creo que su experiencia vital la empuja a adoptar una visión idealizada del autismo, distorsionando los desafíos a los que las personas con este tipo de trastornos tienen que hacer frente. Porque nadie, con autismo o sin él, es perfecto. Y hay una tendencia a convertir en héroe a todo lo que se mueve que a mí, particularmente, me agota.
A lo mejor la rara soy yo…
El remate de un desarrollo in decrescendo es el final, que no os voy a contar para no destripar la novela pero que en mi tierra es lo que se suele definir como “pasteloso”. Por si fuera poco la novela no aclara las razones por las que la multinacional en la que trabaja el protagonista está tan interesada en forzar a los empleados con autismo a someterse a un tratamiento experimental “reparador”.
En líneas generales se trata de un libro fluido con una temática a medio camino entre el biopunk, la ciencia ficción social y las teorías conspiratorias que ofrece una reflexión novelada y en primera persona sobre el autismo.
Al blog el libro le ha encantado.
Dice que se siente identificado con el personaje principal y se ha auto-proclamado un ser virtual incomprendido… lo cuál me deja mucho más tranquila.
Porque todo el mundo sabe que un adolescente, sea virtual o no, se empeña en declararse “diferente”, es algo totalmente normal. Aunque se trate de un blog.