Cuando afuera hace 20º bajo cero y tienes abundante tiempo libre, no hay mejor pasatiempo que leer. Por lo menos para mí. Vivía en Chicago a finales de los 90 y solía pasar horas enteras en una conocida librería de la avenida Michigan. Allí llegó a mis manos un libro de ciencia ficción diferente a los demás: Era El Color de la distancia. Dos cosas lo hacían distinto. La primera, trataba el género desde una perspectiva desconocida: la ecología. Segundo, estaba escrito por una mujer: Amy Thomson.
Hasta entonces no conocía a ninguna autora de ciencia ficción. La lectura de ese libro, que me cautivó desde el principio, hizo que luego descubriera a otras escritoras como Linda Nagata, Ursula K. Le Guin o Andre Norton.
Este blog ha resultado ser la excusa perfecta para que cumpliese uno de mis sueños y me decidiese a contactar con Amy Thomson para hacerle unas preguntas. ¡Doy gracias por las benditas redes sociales que lo han hecho posible! Aquí tenéis la primera parte de la entrevista, traducida por una servidora de la manera más fiel que he podido.
Cristina: Antes de nada, quiero agradecerle el que haya accedido a responder a algunas preguntas para nuestro blog. ¡Es un honor para nosotros! Me gustaría preguntarle sobre todo por El Color de la Distancia.
Amy Thomson: ¡Gracias!
C: El libro cuenta la historia del descubrimiento mutuo entre Juna, una científica humana, y los Tendu, una especie alienígena anfibia. Para poder sobrevivir en un planeta hostil, Juna tiene que sufrir una transformación física extraordinaria que le permite adaptarse a su nuevo entorno, convirtiéndose en algo parecido a un híbrido entre las dos especies. La cultura de los Tendu que la protagonista tiene que aprender la sorprende con frecuencia, desde su lenguaje basado en símbolos cutáneos a sus costumbres sociales y prácticas de control de la natalidad (que incluyen la canibalización de sus propios huevos). ¿Podría contarnos qué la inspiró a escribir este libro?
A.T: Recuerdo un capítulo del libro de Ursula K. Le Guin La Mano Izquierda de la Oscuridad en el que Genly Ai ve a los miembros de su pueblo, dotado de dos sexos, por primera vez después de pasar muchos años entre la gente de Winter. El personaje se sorprende de que su propios congéneres se hayan convertido en algo alien y extraño para él. Quería escribir un libro que capturase ese momento, la sensación de integrarse tanto en otra cultura que tu propia gente, tu propio hogar, te resulten extraños. Cuando he releído La Mano Izquierda de la Oscuridad más tarde, me he sorprendido porque lo que yo recordaba como un capítulo eran en realidad unas pocas frases.
Gran parte del trabajo de documentación que realicé para El Color de la Distancia incluyó leer memorias y biografías de personas que pensaba que habían pasado por esa misma experiencia: T.E. Lawrence, Alexandra David-Neel y Richard Burton (el descubridor europeo de la fuente del Nilo, aunque los africanos ya tenían conocimiento de dicha fuente). Recuerdo una mezcla de memorias, biografías y diarios de viaje desde Los Siete Pillares del Conocimiento de Lawrence a las maravillosas narraciones de Oliver Sacks sobre gente diferente neurológicamente. Nada de ello es algo que aparezca de una forma concreta en el libro, pero permite documentar el conjunto. Además, entonces yo estaba casada con un japonés-americano y dedicaba mucho tiempo a sumergirme en la cultura japonesa. La experiencia de viajar a Japón, desconociendo prácticamente el idioma a no ser por unos mínimos conocimientos a nivel conversacional (una lengua terriblemente compleja, por lo menos para mí) también sirvieron para documentar el libro.
Por otro lado me considero una naturalista dedicada. Crecí en Miami, al lado de los Fairchild Tropical Gardens (un increíble jardín botánico de 80 acres). Desde niña me he sentido fascinada por las plantas, los animales y los ecosistemas. Por eso estudiar la selva tropical se convirtió para mí en una agradable obsesión. Viajé incluso a Costa Rica para ver, sentir y oler la selva. Lo primero que pensé cuando llegué fue “¡Si huele como en casa!” (refiriéndome a mi jardín en Miami). También me ayudó disponer de una licenciatura en agricultura, que es una disciplina muy orientada a la biología.
Desarrollar el lenguaje alienígena fue probablemente la parte más dura del libro. Al principio intenté describir el diálogo de los Tendu a través de caracteres tipográficos pero pronto me di cuenta de que no funcionaría. Finalmente aposté por el diálogo normal, utilizando colores como descriptores emocionales y describiendo lo suficiente del lenguaje visual como para dar a los lectores una idea de su funcionamiento. Para el lenguaje, utilicé gran cantidad de vocabulario procedente de un diccionario aborigen australiano y añadí algunas cosas de mi imaginación y otras del japonés. Después le di la vuelta a todo hasta que se convirtió en algo único.
Sabía que la cultura Tendu poseía lo que yo imagino como “tecnología invisible”. Los humanos de los países desarrollados pensamos en la tecnología como algo que incluye plástico y chips informáticos pero lo cierto es que hemos desarrollado cientos, posiblemente miles de tecnologías diferentes a lo largo de los siglos. Sinceramente, si nos dejas a mí o a Bill Gates (por ejemplo) en medio de la selva tropical del Amazonas vestidos con lo que los indios Yanomamos utilizan como ropa, estaríamos perdidos sin remedio en pocos días. Los Yanomamos disponen de toda una tecnología que han desarrollado para tratar con su entorno, como los Inuit en el Ártico.
Los humanos modernos olvidan la validez y el valor de esos conocimientos tecnológicos. Parece que los Tendu cuentan con una tecnología material extremadamente primitiva y limitada. No disponen de fuego, por ejemplo. Pero esa tecnología abarca su complejo ecosistema, que son capaces de manipular a su favor. Juna literalmente no es capaz de ver el bosque por culpa de los árboles. Algún día espero retomar el personaje de Tiangi y escribir más sobre eso.
(Continuará)