A veces, uno puede leer una historia de tropecientas páginas, ser testigo de las andanzas de un puñado de personajes por remotos parajes de nuestra Tierra y otros cuerpos celestes -todo bastante bien escrito y estructurado- y tener la sensación de que no ha pasado nada. Así me he quedado yo después de leer Blue Remembered Earth de Alistair Reynolds.
La trama me recordaba a ese entrañable concurso familiar de Telecinco llamado “El Juego de la Oca”, tan injustamente denostado por la crítica pero que pasará a los anales de la televisión como la panacea del entretenimiento doméstico audiovisual. Sin saberlo Reynolds hace de Emilio Aragón, con smoking y zapatillas de deporte – arreglado pero informal- e inventa una historia que más que una space opera es una yincana espacial. El decorado es muy atractivo: África para poner la nota étnica; la ciudad sumergida de Tiamaat en plan “Mira quién salta”; la zona sin restricciones de la cara oculta de la Luna, que podría ser el distrito rojo de Amsterdam tranquilamente; el Evolvarium de Marte con sus claras referencias a Dune de Hebert; y la estación espacial del cinturón de Kuiper que no se sabe bien qué pinta en todo este asunto pero que está lo suficientemente lejos como para justificar un viaje a velocidades lumínicas (es lo que yo llamo “tomarse unas vacaciones relámpago”). Y luego están los elefantes…
La historia comienza con un entierro. Ya sabemos que esta prometedora premisa suele ser fuente de inagotables conflictos porque: a) es un encuentro FORZADO de toda la familia y b) las aperturas de testamentos SIEMPRE traen problemas. La familia, esa unidad mínima de la sociedad necesariamente re-definida en los últimos tiempos, es en Blue Remembered Earth una empresa más bien: grande, rica y corporativista. Como en todas las familias, hay ovejas descarriadas que se sienten excluidas o que se auto-excluyen de la dinámica “parenteril” porque son rebeldes y el mundo los ha hecho así. Los Akinya son como los Ewing de Dallas pero en África, aunque los protagonistas son dos hermanos dedicados, uno a la contemplación de los elefantes en la sabana y, otra a crear hologramas “enteraíllos” y cultivar las artes horteras modernas.
Suponemos que los parientes menos favorecidos económicamente son los más sensibles, claro, y Reynolds también debe creerlo. Por eso los pone a jugar y nos pide a nosotros, los lectores, que tiremos los dados. Y estos hermanos van de casilla en casilla hasta terminar el juego, en el que al final resulta que tampoco es que nadie gane nada estrictamente hablando pero ¿y lo bien que nos lo hemos pasado? Para darles algo que hacer, el autor les hace encontrar pistas increíblemente enrevesadas que les adelantarán en ese juego. Deseas fervientemente que sea ingenioso, que te deje patidifuso por ser un prodigio de inteligencia lúdica, pero que te vas oliendo que te han hecho trampas, que retrocedes en vez de adelantar, que al final del juego no hay recompensa. Y luego están los elefantes…
Voy a decir lo que me ha gustado, que también lo hay. Es interesante la manera en la que Reynolds incorpora tecnología interactiva en la vida cotidiana a través de implantes que permiten una comunicación permanente desde casi cualquier lugar y que, además sirve como inhibidor de la violencia. Porque en la novela ¡hay un Gran Hermano! Si creíais que el escritor galés se iba a privar de incluir una referencia orwelliana, vais listos. El Mecanismo es el servicio que inspecciona las acciones humanas e inhabilita cualquier tentativa de agresión, lo cual presenta no pocos dilemas morales que es lo que creemos que quiere poner sobre el tapete Reynolds.
Los implantes o “augs” (probablemente procedente de la expresión “augmented reality”) aportan el detalle ciberpunk al texto junto con la capacidad de “habitar” robots –golems los llama el autor porque queda más esotérico- para evitar ciertos viajes. Quiere esto decir que una persona puede alquilar un robot y conectarse al cerebro artificial, de manera que el autómata hablará y realizará las acciones dictadas por el usuario. Una de mis partes favoritas de la novela es el Evolvarium, una reserva natural de máquinas dejadas de la mano del hombre para que evolucionen de manera progresiva en un constructo consciente.
La parte científica de la novela está bien aparejada: la tecnología se ha integrado de manera transversal en la sociedad. Esto es una de las cosas que más llama la atención en la obra de Reynolds porque consigue crear una atmósfera tecnológica avanzada y creíble en todos los frentes -comunicaciones, cultura, transportes, etc- de un futuro a medio plazo. Y luego están los elefantes…
Otra cosa que quiero resaltar es la mejora en la prosa de Reynolds. Creo que ha madurado como escritor, consiguiendo un buen equilibrio entre descripciones y diálogos y proponiendo algunas imágenes poderosas. La última novela suya que leí, Terminal World, era un viaje steampunk apasionante que rechinaba (nunca mejor dicho) algunas veces con un texto no tan fluido como en Blue Remembered Earth. Si no fuera porque a la historia le sobran la mitad de las páginas, yo diría que es fácil de leer. Lo malo es que parece estar convirtiéndose en costumbre hacer novelas al peso en la que hay mucho relleno, muy colorido e innovador eso sí, pero que no deja de ser guarnición que a veces te impide saborear con ganas el plato principal.
El viaje de los protagonistas por media galaxia y más allá, a instancias de un pariente fallecido que parece guardar unos secretos más grandes que Cannis Majoris, se queda en meras flatulencias, aunque sean unos gases muy prometedores para la segunda entrega. Porque Blue Remembered Earth es el primer título de una trilogía ¡lo habéis adivinado!
En cuanto a los elefantes, que tanto se mencionan en la novela y que incluso aparecen en la portada, uno podría esperar que acaparasen un papel de vital importancia en la historia. Confieso que me hubiera encantado que así fuera. Elefantes astronautas, por ejemplo (os vais a reír, pero hace tiempo escribí un relato corto para mi sobrino titulado “Un elefante en la Nasa”). Aunque los paquidermos son tema de conversación en un gran número de capítulos, no aportan nada de relevancia a la trama. Nothing. Zero.
Tengo que reconocer que Alistair Reynolds ha conseguido que tirase los dados una y otra vez, haciendo prosperar a los personajes en el tablero de su historia, poniéndolos en situaciones peligrosas y manteniendo el juego de manera forzada, todo hay que decirlo. Conozco personalmente al galés, pues tuve la suerte de entrevistarlo en la Feria del Libro de Dubai del año pasado, pero este libro no se ajusta en absoluto a las expectativas que tenía.
No sé si el hecho de que haya firmado un jugoso contrato editorial de un millón de libras para publicar diez libros en diez años habrá influido en que este comienzo de la saga -conocida como “Los Hijos de Poseidón”- sea tan irregular. En cualquier caso, espero que el nivel suba para la próxima entrega. Yo estoy dispuesta a darle otra oportunidad, pero como la próxima vez me saque otro tablero, la vamos a tener. Leyendo Blue Remembered Earth no me han entrado ganas de hacer tarta de manzana (los seguidores del mi humilde trayectoria bloguera saben a qué me refiero) pero sí he pasado por momentos en los que me hubiera puesto a reescribir la historia, y para eso no compro yo libros. Leo para que otros me entretengan, no para remangarme y trabajar, mire usted.
Al blog, Blue Remembered Earth le ha entusiasmado y no ha dudado en vestirse de ficha amarilla y se dedica a ir saltando por toda la casa cantando:
Ven a jugar al Juego de la Oca … cuac cuac
Ven a jugar con nuestra oca loca… cuac cuac
Di …cuac cuac, y así una oca serás.
En cualquier casilla triunfarás
Necesito un Valium urgentísimamente.