«La casa de Asterión» de Jorge Luis Borges

“-¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.” “La Casa de Asterión”, El Aleph de Jorge Luis Borges, 1949

La envidia me corroe. El blog se ha ido de vacaciones a las instalaciones de Virgin Galactic en California, donde va a participar en los vuelos sub-orbitales que se están probando. Según dice, la estancia le ha salido gratis porque se ha ofrecido voluntario como sujeto de estudio sobre los efectos que la ausencia de gravedad produce en los seres virtuales. Anonadada me deja y me refugio en uno de los libros que me reconforta en los momentos duros. Allí donde esté, siempre llevo conmigo una copia de El Aleph de Jorge Luis Borges.

Hay historias que te labran la imaginación, que se instalan bajo la piel y que nunca te desertan. El cuento “La Casa de Asterión” de Borges es, en mi caso, una de ellas. Se trata de un relato muy corto, escrito allá por 1947 y publicado por primera vez en la revista argentina Los Anales de Buenos Aires en mayo de aquel año. El cuento pasó a formar parte de los textos recogidos en El Aleph, que es en realidad una antología que vio la luz en 1946.

Laberintos como mundos

No seré yo quien intente realizar aquí un análisis de este milagro literario (me pongo un poco hiperbólica cuando hablo del argentino, pero creo que sabréis disculparme). Me faltan conocimientos, paciencia y determinación para hacerlo. Tan solo quiero señalar en la medida en que las palabras me lo permitan algunos de sus méritos ante mis ojos.

Una de las cosas que siempre me ha llamado la atención de este cuento es que, a pesar de su brevedad, contiene más ideas por centímetro cuadrado que la mayoría de las obras literarias. Pero eso es algo muy propio de Borges: él no se contenta con narrar historias sino que propone reflexiones y sensaciones que nos hacen interpretar cada frase de manera distinta en re-lecturas sucesivas.

Pero comencemos por el principio. El título ya da pie a un juego de sugerencias entre el autor y el lector que luego se verá reflejado en el cuerpo de la narración. La tal “casa” es un laberinto, uno de los espacios recurrentes del argentino en sus escritos. Para Borges el laberinto representa el cosmos entendido en la acepción griega de universo ordenado y opuesto al caos, el desorden y la incoherencia. Pienso en la famosa biblioteca de Babel, del relato homónimo publicado en 1941 en El Jardín de senderos que se bifurcan, y veo la misma arquitectura masiva y repetitiva que simboliza el universo en toda su inmensidad y complejidad pero siguiendo una clara estructura regular.

Siempre he creído que Borges expone su metafísica particular en esta historia, resaltando la importancia que el mito, el número, el orden y el conocimiento tenían para él. Si cuando leáis la palabra “metafísica” se os eriza el vello y vuestros sentidos se ponen en guardia, no temáis. No os dejéis intimidar por el vocablo. Tan solo se refiere a la reflexión sobre qué es la realidad y sobre nuestra función en ella, o sea, qué somos y para qué estamos aquí. Pero no me negaréis que decir que uno divaga sobre la “metafísica” queda de lo más elegante, aunque se refiera a cosas sobre las que todos hemos pensado alguna vez.

Sin entrar en un análisis profundo de la filosofía borgiana, me atrevo a decir que Borges concibe el mundo como una realidad para conocer: sé, luego soy. Una especie de “pienso, luego existo” de Descartes pero llevado a un plano más activo. El pensamiento como mera actividad cerebral no es suficiente para el argentino, sino que tiene que producirse una búsqueda voluntaria de conocimiento. Al menos, así lo entiendo yo. El blog me dice por videoconferencia que, al mencionar la filosofía de Borges, me acabo de meter en un berenjenal del que no voy a poder salir. Esta vez, le doy la razón y por eso dejo de cultivar legumbres para continuar.

La elección del nombre de  “Asterión” es una de los aspectos que más me gustan del texto. En griego Άστέριος significa “estrellado o relativo a la esfera de las estrellas fijas”, que me sugiere una relación privilegiada entre el protagonista – suponemos que es el portador de dicho nombre- y los cielos. De esta manera Borges señala la importancia del personaje, su pertenencia a una casta noble, sagrada quizás. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera”, dice el narrador. Este dato me lleva a “wikipediar” el nombre para darme cuenta de que se trataba de uno con alcurnia en la antigüedad, llevado por reyes, hijos de reyes, miembros de la nobleza, gigantes, Argonautas, comandantes y algún que otro dios menor.

Destino trágico y zoofilia

Borges atribuye al historiador y mitógrafo Apolodoro la leyenda sobre una reina que da a luz un ser monstruoso con cabeza de toro y cuerpo de hombre como castigo por las ofensas perpetradas por su marido. Todo muy lógico y muy moderno: si eres un ser con poderes y alguien te afrenta, págalo jorobándole la vida a su mujer, en este caso Parsifae, la mujer del rey Minos de Creta. En aquel entonces los toros estaban de moda como iconos sexuales y las relaciones de zoofilia se prodigaban con cierta frecuencia. Asterión, o el Minotauro, fue encerrado en el laberinto construido por Dédalo y sirvió como instrumento para perpetuar la venganza del dios desairado de turno. Como solo se nutría de carne humana, cada año varios jóvenes efebos y otras tantas dulces vírgenes eran conducidos al laberinto para que él los devorara y la furia divina permaneciese calmada.

He aquí el destino dramático de Asterión, herramienta de la cólera celestial y castigo de los reyezuelos que se pasan de listos. Como en todos los mitos de la antigua Grecia –el blog y yo somos muy fans- hay un camino predestinado para cada uno y de cuya dirección es imposible desviarse. El drama surge porque el monstruo no es libre: su existencia está condicionada por la intervención divina que lo obliga a ser el medio a través del cual se escarmienta al pueblo. “Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero”, afirma Asterión, como queriendo auto-convencerse de que él es dueño de su destino.

El cuento está narrado en primera persona en forma de revelación que el Minotauro nos confía. Es casi el aparte de una pieza de teatro. En unas pocas frases el ser mitológico hace un repaso de su existencia: desde la arquitectura de su casa, a la misión que tiene encomendada por los dioses, pasando por su noble linaje. En un momento del texto queda patente la insoportable soledad en la que vive sumergido cuando, y nos revela con candidez y melancolía: “Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa”. La soledad que raya en la locura o la locura que roza la soledad entronca con el sentido dramático de la vida que los antiguos griegos imprimían a través de sus mitos a su manera de entender el mundo. Si Asterión se sabe solo en el laberinto entonces se habla a sí mismo y no a nosotros, que no somos más que espectadores de un monólogo emitido sin voluntad de ser escuchado por terceros. Secretamente sospecho que la intención del protagonista es precisamente ser oído. Ese es uno de los juegos con el lector que Borges se trae entre manos.

La “mirada del Otro”

Admiro en el texto el punto de vista que se atreve a exponer. En un recurso que ya aparecía en el Frankenstein de Shelley, el monstruo tiene la oportunidad de ofrecer su versión de los hechos mitológicos. Como otros muchos lo han hecho antes yo llamo a este recurso “la mirada del Otro”, entendiendo aquí por “Otro” al marginado social, que es el monstruo en este caso. Su apariencia física y la misión divina que le es encomendada lo sitúan en esa categoría, una a la que por intolerancia nunca se le pone voz. Tiene que venir un porteño nacido en los últimos años del siglo XIX para ofrecer la posibilidad al mito griego de ser escuchado como criatura con sentimientos. Es decir, Borges humaniza al engendro de la naturaleza y empuja al lector a empatizar con su situación.

Al final del cuento aparece un narrador en tercera persona con dos oraciones que insinúan un desenlace inevitable y esperado por el protagonista. Las frases finales del héroe Teseo permiten al lector completar el círculo de la narración: el Minotauro se deja matar para poder liberarse de un destino impuesto por los dioses.

Para mí, el escritor argentino siempre ha sido el Minotauro. Tiempo después de leer este cuento vi una foto suya por primera vez que lo retrataba anciano y con la vista muy debilitada. Me sorprendí. Yo me lo imagino correteando por los pasillos del laberinto, saltando tapias, recorriendo jardines y mirando los templos que se adivinan más allá de las murallas de su hogar. Borges es el monstruo que sueña proceder de una estirpe ilustre y que se encierra en sus letras como en el laberinto. Para él, la literatura es el mundo y solo en ese espacio se siente verdaderamente libre. La muerte se entiende como una liberación a una carga pesada que no es devorar a jóvenes sino responder a sus propias expectativas de producción literaria.

Cualquiera podría decirme que mi interpretación es falsa, que no se atiene a argumentos lógicos o que se basa en elucubraciones intuitivas y poco fundadas. Es cierto. Pero en realidad, creo que eso importa poco. “La Casa de Asterión” versa sobre la soledad, la intolerancia, la locura, el concepto de qué significa ser humano, la alienación y el destino. Y también sobre muchas otras cosas. Porque la grandeza de este texto es que cada persona que lo lee puede descubrir otros tantos temas, otras tantas ideas tan válidas y enriquecedoras como creo que son las que yo he expuesto.

El blog dice que volverá de viaje muy pronto y me traerá una camiseta que diga “Haz caso de la gravedad. ¡Es una ley!”.

Señor…

Tendré que leer de nuevo el cuento para digerirlo.

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