A diferencia del blog, yo no creo que mis hábitos heterodoxos empobrezcan mi experiencia lectora. Quizás la alteren, puede que incluso bastante, pero no creo que vayan en detrimento de la eficacia creativa del autor. De hecho existen ejemplos de obras pertenecientes a una serie que pueden disfrutarse de manera independiente, por ejemplo, el ya mencionado Marte Verde. Mi experiencia con Rainbow Bridge, el quinto libro de la saga Bold As Love de Gwyneth Jones es la contraria, pero sospecho que aunque hubiera leído la serie de manera lineal, me habría (dis)gustado igual.
El autor probablemente (casi seguro) concibe una serie para que sea disfrutada de forma lineal pero, en ocasiones, ciertos libros pertenecientes a multi-logías pueden ser saboreados con cierta independencia. Es una perversión de la experiencia lectora, lo reconozco, que transgrede las leyes de la lógica, la intencionalidad narrativa y hasta el buen gusto. Llamadme pervertida, entonces.
No me ha ocurrido exactamente eso con In the mouth of the whale de Paul McAuley, destacada hace poco por la revista Locus Magazine http://www.locusmag.com/Magazine/2013/02/2012-recommended-reading-list/ en su lista de obras sci-fi del 2012. Cuando comencé a leerla, no recordaba haber tenido entre mis manos The Quiet War, el primer título de la trilogía. El caso es que, hasta alcanzar las tres cuartas partes de la novela, no queda claro que el libro culmina la saga iniciada por The Quiet War. La razón es muy simple: la trama se desarrolla en un futuro bastante lejano, prácticamente independiente de los narrados en los títulos precedentes.
En esta saga de McAuley confluyen varios géneros: desde la space opera al más puro estilo de Kim Stanley Robinson, a las referencias militar-adolescentes de Orson Scott Card, y, si me apuráis al space-bio-punk del mismísimo Peter F. Hamilton, cruzado con influencias tecno-teológicas.
La “ballena” del título es una nave que sirve de universo a uno de los personajes, de prisión a otro y de objetivo a un tercero. Como habréis adivinado ya, la historia se desarrolla a lo largo de tres tramas que se narran desde puntos de vista diferentes. Es de agradecer la claridad arquitectónica que McAuley impone a la novela porque permite identificar sin problema cada sub-argumento.
Se trata de una novela correctamente escrita, con una buena estructura y conceptos nuevos e interesantes. Desde las nuevas modalidades de existencia post-humana, a la ingeniería genética con alusiones a Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, esta historia tiene todos los elementos para enamorarme y, sin embargo, no lo consigue. No quiero arruinar la lectura a nadie que se haya propuesto disfrutar de este libro, pero puedo decir que el final acude al recurso cíclico. Me desilusiona porque no consigue sorprenderme. Voy leyendo y cada giro dramático, cada personaje, cada escenario me resultan menos original que el anterior. Lo mismo de siempre.
El blog dice que chocheo, que McAuley es un artífice de la ópera espacial y que no sé apreciarlo como se merece. Pero es que esta saga me recuerda a otra de sus obras, que también forma parte de una trilogía (¡qué manía les estoy cogiendo!) llamada Four Hundred Billion Stars y que termina con Eternal Light. En esta novela hay una protagonista con talento, Brasil se ha convertido en una superpotencia, la humanidad coloniza el universo… y más de lo mismo.
No me extraña que el blog esté en desacuerdo conmigo: rara vez coincidimos. Puedo aceptar que me acuse de lectora impaciente, pero no le paso su querencia por MacAuley. Tengo que reconocer que a pesar de mis reticencias con respecto a Peter F. Hamilton, del que me interesa menos los elementos fantásticos de sus historias que los puramente científicos, me convence mucho más que el autor de In the mouth of the whale.
Confirmo las sospechas del blog: me he convertido en una lectora pervertida. Soy de las que consulta el desenlace de las novelas negras para conocer al asesino.
El blog tampoco es tan perfecto… él mira las respuestas de los crucigramas cuando no miro.
Quien esté libre de pecado…