Por una de esas extrañas coincidencias de la vida, mi peluquero -“perdón, estilista”, me corrige- se llama Tai, como el protagonista de Los Caballeros Celestiales del escritor canadiense Guy Gabriel Kay. La novela se publica en España en RBA Fantástica, que con esta inclusión en su catálogo amplía su oferta para dar cabida a títulos actuales del panorama fantástico.
El Tai de Gabriel Kay es hijo segundón de un importante general en un reino asiático identificado con la China de la dinastía Tang. Mi estilista comparte con su tocayo literario una misma procedencia asiática -es camboyano- y es un consumado artista del peine y las tijeras. Como el Tai de la novela posee talentos ocultos que solo saca a relucir con sus clientes de confianza pero en vez de esgrima y sensibilidad poética le da por contar chistes y dibujar ilustraciones. Hay un leve paralelismo entre ambos… hasta el blog se ha dado cuenta.
Me explico: el Tai novelesco es un espadachín consumado, amante de la poesía, valiente y formado en la habitual escuela de guerreros invencibles de las historias ambientadas en épocas de la China dinástica, a la par que sensible, bien parecido y hermano amantísimo. Vamos, una joya que cualquier madre quisiera como yerno. Y qué decir de su lucidez, de su inteligencia prodigiosa, de su gracia encantadora tanto para con mujeres como para con hombres o fantasmas y de su increíble suerte.
El Tai real y camboyano se ríe hasta de su sombra -con inteligencia y buen humor-, regala piropos a cualquiera sin importar su género, esculpe cabelleras, escucha cuitas, devuelve sabios consejos a quien se los pide y te pone al día sobre tu horóscopo chino. Es capaz de hacer los retratos a carboncillo más fieles que uno pueda imaginar y suele incorporar a la conversación, siempre fluida, las reflexiones propias de sus creencias budistas. Vas a que te corte el pelo y te hace un shiatsu del espíritu: ¡el no va más!
¿Novela histórica de fantasía o fantasía histórica?
Vaya por delante que la novela histórica no es uno de mis géneros preferidos. Si, ya sé que esto que digo me hace bajar puntos en la escala Richter del costumbrismo patrio al tratarse de una temática muy apreciada por los lectores españoles. No es para menos. Si algo abunda en nuestro país es su tradición por la narrativa de época y eso no es en absoluto algo malo o criticable. Al contrario, debemos sentirnos orgullosos por disponer de una rica andadura histórica y por el interés que despierta la Historia con mayúsculas procedente de ambos lados de nuestras fronteras.
Probablemente sea un defecto de fábrica, una inadecuación al medio o simplemente una falta increíble de sensibilidad por mi parte, pero no puedo evitar que la novela histórica –en general- me decepcione fácilmente. Y no porque no exhiba méritos para impresionar. Se trata de una apreciación personal y un poco irracional. Lo cierto es que pocas veces una fantasía histórica, como puede catalogarse Los Caballeros Celestiales, ha conseguido engancharme y sorprenderme.
Tai, hijo mediano de un reputado general, guarda el luto estipulado por la pérdida de un padre cuando se ve envuelto sin comerlo ni beberlo en las maniobras políticas entre dos imperios vecinos. Un personaje VIP decide hacerle un valiosísimo regalo y desde ese momento tendrá que evitar numerosos intentos de asesinato. Hay regalos que matan pero hay algunos por los que no merece la pena morir o, lo que es incluso peor, servir como moneda de cambio en las intrigas urdidas por los poderosos. La magia se cuela en los paisajes del imperio Kitai y lo sobrenatural camina al lado de lo cotidiano.
Como una película de Zhang Yimou
La novela es larga. Muy larga. El autor ha concebido una novela tetráloga que podía haberse resuelto en la mitad de páginas. La narración se alarga por la abundancia de descripciones minuciosas que ralentizan enormemente el ritmo de la trama, aunque añaden el nivel de detalle necesario para hacer que la historia sea creíble desde el punto de vista histórico. No soy experta en la China de la Alta Edad Media, pero las imágenes que el autor compone con palabras sobre la vida de aquel entonces son exquisitas, bien documentadas y pensadas para anclar la trama en su contexto histórico. Es lógico, por otra parte, tratándose de una época pasada y lejana geográficamente para los lectores occidentales.
Hasta ahí, no hay problema. Pero a veces las descripciones demasiado detallistas consiguen ahuyentar al lector, saturándolo con demasiados efectos sinestésicos. Es evidente que Guy Gabriel Kay es un apasionado por la historiografía y quizás ese sea el problema para mí, que se nota demasiado. El canadiense está acostumbrado a enfrentar ambiciosas campañas. Siendo muy joven ayudó a Christopher Tolkien a recopilar y organizar los textos de su padre J.R.R Tolkien para componer El Silmarillion (editada en España por Minotauro y Booket), que inexplicablemente es mi libro favorito del universo del Señor de los Anillos. La querencia por la fantasía le llegó de la mano de una de las referencias del género y, además, de forma muy directa.
Los Caballeros Celestiales es como una versión literaria de una película de Zhang Yimou –somos muy fans, el blog y yo-. Sin embargo, lo que funciona a nivel cinematográfico a veces no consigue convencer sobre el papel, a saber: las escenas épicas de lucha; el preciosismo de una cuidada fotografía repleta de imágenes evocadoras; o la planicidad de los personajes. Lo que te atrapa en largometrajes como Hero (2002) o La Casa de las Dagas Voladoras (2004) de Yimou, con sus peleas coreografiadas y sus lentas escenas con una escenografía diseñada milimétricamente, en la novela del canadiense llega a aburrir un poco.
A pesar de la abundancia de detalles sobre gestos, pensamientos y sensaciones de los personajes, éstos carecen de la profundidad que se podría demandar a tanto despliegue emocional. El héroe es poco más que un santo varón, los malvados exhiben su malicia sin escrúpulos y las mozas son lozanas, gráciles y agradables a la vista. En mi humilde opinión, lo malo de los personajes planos es que son fácilmente predecibles y eso resta interés a la narración. Existen elementos muy interesantes de los que se saca poco partido, mientras se potencias personajes o tramas secundarias sin llegar a ninguna parte.
Cierto es que Gabriel Kay incorpora numerosos personajes femeninos que toman parte activa en la acción (la inteligente concubina Agua de Primavera, la guerrera Wei Song, o la princesa repatriada Shen Li-Mei). Se agradece que las féminas no sean solo los objetos a contemplar o disfrutar, o sea personajes que pasaban por allí, sino elementos de peso en la narración. Hay mujeres-soldado valientes y atrevidas, hay cortesanas que saben manejar hábilmente la política y hay nobles postizas que se transforman en supervivientes. Esta es sin duda, la parte que más me ha gustado de la novela y parece ser que es una de las constantes en la obra de Gabriel Kay.
Investigando un poco y preguntando aquí y allá, he podido captar que los numerosos seguidores del canadiense no colocan esta novela como una de las más conseguidas, destacando otros títulos en su haber como Tigana o El árbol del verano (editados por Timun Mas). Aquellos que disfrutan con la novela histórica alternativa no se sentirán decepcionados. Guy Gabriel Kay es hábil con la pluma y puede evocar poderosas imágenes que dibujan un escenario exótico y repleto de posibilidades.
Al blog le ha gustado mucho.
Pero sospecho que es simplemente por llevarme la contraria.