“La muerte no como destino sino como horizonte.”
Antes de nada quiero apuntar que he leído El Libro de Otro Lugar en inglés porque, en el momento de escribir esta reseña, aún no está disponible en ebook en español. La traducción corre a cargo de Pilar Ramírez Tello y Manuel de los Reyes que, si por separado ya son profesionales de probada calidad, como equipo me parecen un valor añadido a tener en cuenta en esta edición, que llegará a partir del 6 de noviembre a nuestro país de la mano del sello Gran Travesía y que podréis encontrar aquí.
China Miéville es un autor impredecible. Esa es la primera de las razones por las que me fascina tanto su trabajo. Creo que no hay nadie, ni siquiera su entorno, que pueda anticipar cuál será su siguiente movimiento. Y es que estamos ante un autor reconocido que ha ganado todos los premios de la literatura especulativa —y algunos hasta varias veces— pero que ha conducido su carrera por caminos imprevisibles. Me explico: su último trabajo de ficción publicado es Three Moments of an Explosion: Stories, que apareció en 2015, y su última novela, Los Últimos Días de Nuevo Paris, data del año siguiente. Cualquier otro habría seguido produciendo novelas pero Miéville apostó por novelizar un evento crucial del siglo veinte, la revolución rusa, y así llegó en 2017 October: The Story of the Russian Revolution. No contento con ello después se dedicó a decorticar el manifiesto comunista en A Spectre, Haunting: On the Communist Manifesto, que saldría al mercado en 2022. En estos momentos está previsto que una nueva novela vea la luz en 2025 pero, conociendo a Miéville, puede que se zambulla en un género nuevo o tal vez nos demos de bruces con un híbrido literario sin etiqueta. O quizás invente otro género.
Esto me da pie a explicar la segunda razón por la que me gusta: es un autor que arriesga. No parece empujarle el móvil económico ya que, seguramente, le sería mucho más rentable seguir produciendo novelas fantásticas, raras, inquietantes. Imaginación no le falta, amigos, pero parece que a él esto le trae sin cuidado. No es alguien que se mueva por los dictados del mercado, las modas literarias o lo que su fandom demande. A veces me gustaría preguntarle a su agente qué es lo que le recomienda, pero sospecho que Miéville tampoco se deja aconsejar.
El tercer motivo por el que no puedo parar de leerle es porque no es un autor cómodo: su ficción me hace, nos hace, reflexionar de maneras que todavía estoy analizando. Casi sin que nos demos cuenta nos lleva por senderos en los que las piedras se meten en el zapato y caminar resulta complicado. Una vez que llegas al destino, el final de la historia, te das cuenta de que te has planteado cuestiones en el ámbito moral, social, psicológico, estético, político y hasta económico, algo que, en un primer momento, ni siquiera intuías. No en vano es un convencido marxista y su ideología aparece a brochazos en sus obras de una u otra forma.
La cuarta razón por la que me fascina, y que también conecta directamente con lo anterior, es por su inagotable imaginación. En los mundos que inventa hay ideas originales y bien trabajadas que permiten exponer cuestiones mucho más profundas de lo que parece a simple vista. Pero ello no implica aburridas disquisiciones o largas peroratas filosóficas, sino situaciones sorprendentes con personajes insólitos y, a veces, hasta humorísticos. Ese es uno de sus grandes puntos fuertes, ser capaz de entretener sin sacrificar su voluntad reflexiva.

Me estoy dando cuenta de que llevo ya quinientas palabras de reseña y todavía no he entrado a fondo en El Libro de Otro Lugar.
Vamos a ello.
No seré yo quien te diga con qué actitud enfrentarse a este libro. Solo apuntaré que yo tenía cero expectativas y me lo pasé de cine durante toda la lectura. Intenté no dejarme llevar por el hype, cosa complicada, pero lo hice porque no quería desilusionarme fácilmente. Además, tampoco podía leer este libro sin tener en cuenta que la historia inicial, el corazón de la narración, no es de Miéville sino de Keanu Reeves. Por lo tanto, nos encontramos ante un experimento en el que un creador —Reeves— sienta unas bases y otro, —Miéville— las desarrolla, usando su estilo y tomándose las licencias que le dejen, pero sin tener control sobre ciertos puntos. Hay que recordar que Reeves lleva años publicando junto a los artistas Matt Kindt y Ron Garne la serie de comics BRZRKR, sobre Berzerker, un guerrero inmortal de más de 80.000 años de vida.
La historia parece transcurrir en el presente o, en todo caso, en un futuro cercano en el que Unute (el nombre primigenio del B, el protagonista) es un guerrero milenario que no puede morir, y que colabora con un grupo militar secreto del gobierno norteamericano. A cambio de participar en peligrosas misiones militares, el grupo le ofrece sus recursos para encontrar la mortalidad y, por ello, lo estudia constantemente. En realidad vamos entendiendo que no es el grupo el que escoge a B como sujeto de estudio sino B el que elige al grupo como entidad con capacidad para encontrar alguna respuesta a cuestiones que tienen que ver con su identidad. ¿Quién es B? O, mejor dicho ¿qué es? Al basarse en el comic, las escenas de acción son numerosas y están bien construidas, algo que tiene mucho mérito porque, déjame que te cuente aquí entre nos, describir escenas de lucha de manera eficaz sin caer en los clichés más sangrientos no es fácil.
Es envidiable como Miéville se desenvuelve en la novelización de un cómic, aunque tampoco me sorprenda porque él mismo ya tiene experiencia: fue el escritor de la serie Dial H del sello DC Comics, que se publicó en dieciséis números en 2012 y 2013. Como en aquellas tiras, en El Libro de Otro Lugar hay ritmo, momentos estelares, detalles que anclan la acción, y personajes memorables y bien perfilados, aunque es cierto que alguno tiene un desarrollo demasiado abrupto, tal vez por la naturaleza de la historia. De hecho, la narración se inicia con uno de esos momentos de acción máxima en los que casi podemos imaginarnos las viñetas y las onomatopeyas que las acompañan.
Nos encontramos ante un texto plagado de flashbacks y con puntos de vista cambiantes. Es decir, Miéville no se contenta con escribir la historia sobre el más reciente intento de B por desentrañar los secretos de su origen y naturaleza, sino que nos hace partícipes mediante episodios históricos que aportan color a su densa vida. Entendemos que ha sido amante, verdugo, defensor de causas justas, mercenario, asesino, ermitaño, persona torturada, e interlocutor de algunos de los personajes más reconocibles de la historia. En los flashbacks Miéville usa la segunda persona para entrar en la mente de alguno de los personajes que han pasado por la vida de B y se dirige a este, aunque también se dirige al lector. Ese ejercicio en el que se vincula al lector con B me parece tan poético como arriesgado y ya he comentado mi debilidad por este tipo de recurso narrativo. A mí me interesa esa estructura que parece una muñeca rusa porque nos incluye a nuestro pesar.
En este sentido, el ejercicio del autor es audaz como lo pide este western cros temporal: B es un cowboy, un Solo ante el Peligro, un solitario misterioso como el protagonista sin nombre de Por un Puñado de Dólares, un McLeod en Los Inmortales con la apariencia de John Wick. Es un samurái moderno en el sentido más trágico del término ya que trabaja solo (aunque en el libro ayude en varias acciones al grupo militar, sin seguir órdenes, claro está) y no se vincula emocionalmente. Su edad imposible, ochenta milenios, y su memoria perfecta lo convierten en una mente alienígena incapaz de encajar en ninguna época, en ningún lugar. Este personaje permite a Miéville profundizar en cuestiones existencialistas sobre la naturaleza humana porque, aunque se pasa toda la historia intentando encontrar la manera de alcanzar la mortalidad, en realidad creo que lo que le mueve es la necesidad de entenderse a sí mismo. Su objetivo se encuentra más en el plano teórico que en el práctico porque B tiene necesidad de saber, está sediento de conocimiento para poder dar sentido a una existencia que no ha elegido y que no puede controlar. Además él cree que, una vez entienda qué tipo de ser es, podrá encontrar la manera de morir. Entenderse a uno mismo como frontera final.
Miéville ha comentado en alguna de las entrevistas promocionales que el libro está plagado de referencias, algunas que él y posiblemente Reeves sólo conocen. Sin embargo no podemos dejar de mencionar su particular “homenaje” al Frankenstein de Shelley que yo más bien asocio al ser creado a partir de víctimas de la guerra iraquí del libro Frankenstein en Bagdad de Ahmed Saadawi. En cuanto al cerdo inmortal, que persigue a B a lo largo de su larguísima vida, hay quienes han encontrado una relación directa con el autor weird William Hope Hodgson y sus criaturas porcinas de La casa en el confín de la tierra (1908), así como su relato “The Hog” (publicado póstumamente en 1947) y en el que se encuentra una descripción muy gráfica de un demonio/cerdo.

En alguna entrevista Miéville ha explicado que, la mejor manera de describir este coctel colaborativo con el actor de The Matrix, es hablar de que “Reeves le dejó jugar con sus juguetes”. Personalmente pienso que sería muy reduccionista considerar El Libro de Otro Lugar como una mera novelización de un cómic porque Miéville no solo aporta su bien reconocible prosa sino también una estructura y unos personajes que imprimen una marcada temática existencialista. Al final, lo menos importante para el lector es comprender quién o qué es B —si dios, héroe, demonio, mutación evolutiva, fenómeno de la naturaleza o todo lo anterior— sino acompañarlo por el intrincado laberinto de su memoria y su presente. Recomiendo este libro para cualquiera que no se deje intimidar por los nombres en la cubierta y que guste de aventuras pulp que mezclen acción, reflexión y sentido de la maravilla.
Un apunte final: el fragmento en el que B y la científica Diana exploran la idea de una unidad universal de odio es ya de por si merecedor de leer esta obra.


