Elio, Maya y Hugo y el inicio de su aventura

Quienes han leído Bionautas, publicado por la editorial Cerbero, me han preguntado por algunos de los personajes que parecen en la novela. Y como existe una precuela, Del Naranja al Azul, hoy descatalogada, he pensado que podría interesar poner cara a los personajes y conocer el inicio de su historia. Por eso, os presento a Maya, Elio y Hugo, y os dejo el primer capítulo de Del Naranja al Azul (2012).

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Maya
Elio
Hugo


DEL NARANZA AL AZUL

Capítulo I

El reencuentro

–Yo, con este tío, no trabajo –dijo Maya, mirando nerviosa al suelo. Hugo la observaba fijamente mientras el capitán Gross doblaba los mapas y el resto de documentos esparcidos en desorden sobre la mesa. Gross dejó las hojas y se dirigió a ella con vehemencia. 

–No le estoy pidiendo que trabaje con él, ¡se lo estoy ordenando, teniente! Hugo es con toda probabilidad el mejor rastreador del Sector 8. Tiene muchos contactos entre los bionautas y no podemos desperdiciar esta oportunidad para poder infiltrarnos y desmantelar sus redes de suministro en la zona. 

El capitán la miraba con expresión tensa mientras hablaba. Se trataba de un tipo bien entrado en la cincuentena, que un día fue de complexión atlética pero que ahora ocultaba su abultado vientre en unos pantalones de deporte y una sudadera a juego. Llevaba el cráneo rapado para disimular un avanzado estado de calvicie y su piel curtida por cientos de horas de golf a pleno sol le daba el aspecto de un veterano lobo de mar. Acostumbraba a aguzar la mirada con impaciencia, como si siempre tuviera algo mejor que hacer que escuchar, un hábito que solía generar nerviosismo en los demás.

Finalmente Maya levantó la mirada. Seguía sintiendo la intensidad de los ojos de Hugo, el rastreador y la tercera persona en el cuarto, fijos sobre ella. Notaba que el rubor empezaba a extenderse por sus mejillas y no podía dejar de odiarse por permitir que aquella presencia la perturbase tanto. 

Hacía algunos años que no se veían y no sabía nada de él. Aunque regularmente le llegaban noticias sobre los rastreadores que operaban en aquel sector, y entre ellos se mencionaba a un tal Hugo, nunca se le había ocurrido asociar aquel nombre con el de quien había sido su pareja. Su sorpresa cuando lo tuvo frente a ella casi le había impedido reaccionar. 

Él seguía siendo alto, fibroso y de tez pálida, y su cabello ofrecía la misma tonalidad negra de la obsidiana. Impecablemente vestido con unos pantalones oscuros y una camisa gris, parecía un personaje veinteañero sacado de una película en blanco y negro, a no ser por el toque de color de sus ojos azules. 

Bien pensado, no le extrañaba que fuese uno de los rastreadores más prósperos del sector. El informe que tenía entre sus manos confirmaba que Hugo se ocupaba, como todos los de su gremio, de organizar cargamentos de materias primas y recursos terrestres a cambio de retribuciones de distinto tipo. Se había especializado en abastecer a los bionautas, obteniendo importantes cantidades de generadores portátiles. 

Pero ¿qué se podía esperar de un ser tan despreciable? Y ahora tenía que trabajar con él. ¡Qué ironía del destino! O más bien, qué jugarreta, porque de todos los rastreadores del sector había tenido que ser él quien se cruzara de nuevo en su camino. ¡Después de lo que le costó deshacerse de su recuerdo!

Maya notaba lo mucho que él disfrutaba con aquella situación y que, sin duda, la había anticipado en cuanto descubrió que ella era la especialista en comunicaciones de la Resistencia. 

De reojo sentía cómo la miraba, intimidándola aún más. Mientras escuchaba con disgusto al capitán, esperaba que Hugo no se diera cuenta de su nerviosismo.

No podía pensar con claridad, pero comprendía que debía hacer o decir algo para poder salir de aquella situación tan incómoda. Solo estaba segura de que no quería trabajar con él o, más bien, de que no podía. 

–Perdone capitán, pero yo no puedo trabajar con este… rastreador. No es de confianza –aseguró Maya. 

Oírse decir aquellas palabras casi la sorprendió. Por un momento había sentido como si otra persona las hubiese pronunciado. 

Al capitán Gross no le gustó la interrupción. Estaba cansado de dar más explicaciones de las necesarias, de ser siempre políticamente correcto y de tener que preocuparse por no herir los sentimientos de sus suboficiales. ¿A dónde había ido a parar la antigua disciplina militar? Antes, los sentimientos no contaban en la tropa, solo las órdenes. Pero ahora todo era diferente y cada decisión tenía que ser justificada sin fin, de forma que cada vez resultaba más difícil actuar de manera productiva. 

Se estaba haciendo tarde y, si no se daba prisa, no dispondría de luz suficiente para golpear algunas bolas antes de la cena. Lo único a lo que no se sentía dispuesto a renunciar era a sus prácticas de golf, por encima incluso de su labor de liderazgo en la Resistencia.

El capitán enarcó las cejas y, procurando que su voz sonara lo menos contrariada posible, le preguntó. 

–Y ¿puedo conocer la razón de su desconfianza, teniente?

Los miró sucesivamente y de inmediato pudo percibir la tensión entre ellos.

 –¡Un momento! Ustedes ya se conocían, ¿no es cierto? Escuchen los dos –prosiguió mientras introducía con gesto exasperado el montón de hojas en su desgastada cartera negra–. No me importa si son primos lejanos, si le debe dinero o si la dejó plantada en la iglesia el día de la boda. No podemos permitirnos el lujo de elegir con quién trabajamos. Bastante suerte tenemos de que un rastreador quiera ayudarnos y de que, además, sea uno de los más influyentes del sector.

   Gross le entregó una abultada carpeta roja mientras se dirigía a la puerta. 

–Aquí tiene todos los detalles de nuestro, llamémoslo, acuerdo de colaboración con Hugo. Les aconsejo que comiencen a planificar la estrategia de infiltración para que mañana podamos ultimar los detalles con los responsables de Inteligencia y Comandos. Teniente, espero que haga un esfuerzo por dejar a un lado sus prejuicios porque van a pasar bastante tiempo juntos –añadió mientras les lanzaba una última mirada–. ¡Y no me mire con esa cara! Son tiempos duros y el deber nos impide anteponer nuestras preferencias personales al trabajo.

La puerta quedó entreabierta, lo mismo que la boca de Maya que no podía creer las palabras del capitán. Mientras éste se alejaba apresuradamente por el pasillo, una pelota de golf se cayó de uno de sus bolsillos y rodó hacia la pared produciendo un sonido hueco.

Con la carpeta que Gross le había entregado entre las manos, Maya se volvió y empezó a hablar sin mirar a Hugo. 

–Me gustaría saber qué has hecho para que el capitán te crea, pero quiero que sepas que yo no me trago esa historia de que quieres ayudarnos –dijo mientras comenzaba a hojear el expediente.

Él dejó escapar una risa con cierto tono triunfalista y, entonces, le oyó hablar por primera vez desde hacía años. 

–No puedo creer que no te alegres de que esté aquí. Yo pensé que no te vería nunca más. 

Su voz había sonado más grave de lo que ella la recordaba. Hugo se acercó lentamente sin dejar de mirarla. Estaba tan cerca que podía sentir su aliento en el rostro. Ella levantó la vista y le sostuvo la mirada. 

–Estás loco si crees que vamos a trabajar juntos. Sospecho que estás tramando algo y pienso probárselo al capitán. A mí no me puedes engañar. 

Maya confiaba en que su forzado aplomo se hubiera manifestado de una forma convincente, teniendo en cuenta que Hugo estaba a menos de dos palmos. Casi podía sentir el calor de su cuerpo y sus ojos azul acero clavados en los de ella con una actitud entre desafiante y complacida. 

La sonrisa de Hugo se dilató y sus ojos le devolvieron una mirada aún más fría y profunda. 

–Ya lo hice una vez. ¿Por qué no podría volver a hacerlo? –respondió él con suavidad.

Al oírlo, Maya había dejado casi de respirar. Sentía que la sangre se le agolpaba en la cabeza y que su ira aumentaba a cada latido del corazón. En un nanosegundo se dijo que no podía permitir que la sacara de sus casillas. Hugo sabía muy bien cómo conseguirlo, a pesar del tiempo transcurrido desde su último encuentro.

Él esperaba que lo abofetease, que le gritase, que le reprochase su comportamiento. Casi lo prefería así. Anticipaba una reacción violenta y contundente porque sabía que sus palabras habían supuesto un golpe bajo. Era una sensación extraña. Tenía que admitir que le entretenía atormentarla pero que, por otro lado, no podía apartar sus ojos de ella. 

Maya siguió manteniendo la mirada. En un instante se amontonaron en su mente recuerdos dolorosos, imágenes del pasado y un cúmulo de sensaciones antiguas que creía suprimidas desde hacía tiempo. Consiguió volver a respirar y se tomó para responder. 

–No soy la misma. No es tan fácil engañarme ahora. Y tengo que pedirte que te mantengas a distancia. Soy una teniente de la Resistencia y aquí debes mostrar el debido respeto a mi cargo. No estás en los bajos fondos.

Intentó que sus palabras sonaran de la manera más indiferente que pudo. Un sudor frío le recorría la nuca y sentía que chispas de electricidad se formaban entre ellos. 

Hugo retrocedió un par de pasos mientras colocaba las manos detrás de la espalda sin dejar de sonreír. Se sentía algo decepcionado ante aquella muestra de autocontrol. La chica que él recordaba lo habría increpado, pero la que tenía enfrente se limitaba a dirigirle una mirada resentida.  

–Perdone, mi teniente. Se presenta Hugo, rastreador del Sector 8. He llegado a un provechoso acuerdo con el capitán y estoy aquí para asistirle sobre el terreno. Conozco cada tugurio, cada antro del sector y a la mayor parte de los traficantes.

Maya se sintió más cómoda cuando la distancia entre ellos aumentó. Era como si el aire entrara de nuevo sin dificultad en sus pulmones y se alegró de haber dejado de sudar. Volvió de nuevo la vista hacia el pliego de folios impresos en el papel reciclado de la Resistencia. Los datos sobre Hugo se sucedían sin orden. Se notaba que nadie se había tomado el tiempo necesario para organizarlos y dudaba que se hubieran molestado en verificarlos. 

Sabía que su trabajo consistía en repasar aquella información con Hugo para preparar la reunión del día siguiente. Estaba segura de que el rastreador les mentía y creía que, con un poco de suerte, podría desenmascararlo y deshacerse de él. La perspectiva no le agradaba en absoluto pero se consoló pensando que tal vez solo tendría que soportar su presencia unas cuantas horas. 

Ella conocía parte de los datos que se recogían en aquellas páginas sin saber que se referían a Hugo, pero tenía que admitir que sentía curiosidad por ahondar en sus últimas andanzas. Sin embargo, la sola idea de que algo sobre él la interesara, conseguía sacarla de quicio. Maya agitó la cabeza como queriendo disipar aquellos pensamientos. 

–¿Puedo sentarme, mi teniente? –preguntó Hugo con voz socarrona. Sin esperar su respuesta, y sin dejar de mirarla, ocupó la silla más cercana. Aquella situación le divertía y tenerla cerca no dejaba de complacerle. A pesar de su proximidad física la sentía muy lejos, como si un gran abismo se extendiera entre ellos. Sabía cuánto le desagradaba su presencia y eso aumentaba su satisfacción. Estaba claro que él no le era indiferente. 

Hacía tiempo que nada entretenía a Hugo de aquel modo. Era extraño sentirse así. No recordaba bien aquella sensación que él creía olvidada hacía tiempo. Un torrente de emociones le sobrevino de repente y entonces desvió los ojos hacia el manojo de llaves que sostenía. Por un momento dejó de sonreír y se concentró en leer la marca borrosa del llavero para ganar tiempo. Una vez que ganó de nuevo el control sobre sus emociones, levantó la mirada, buscándola.

Maya se había dejado crecer el cabello que ahora le caía desordenadamente en una cascada castaña por la espalda. Como era de mediana estatura, aquella melena le hacía verse un poco más baja. Sus ojos marrones parecían haberse oscurecido, pero pensó que seguramente se trataba del efecto producido por la dureza que ella insistía en imprimir a su mirada. Él la recordaba vivaracha, aunque ahora su rostro reflejaba la misma melancolía que se había adueñado de la mayoría de los supervivientes. Lo que no parecía haber cambiado era el magnetismo que desprendía y que él encontraba, como antaño, difícil de resistir. 

 –¿Por dónde empezamos? –preguntó él. 

Ella dudó unos segundos mientras ordenaba sus ideas. Decidió que debía, al menos por el momento, intentar concentrarse en su trabajo a la espera de que se revelase algún error para poner sobre aviso al capitán. 

Finalmente se sentó en la segunda silla del cuarto, directamente frente a él. Solo la mesa los separaba y sobre ella colocó el expediente. 

–Así que rastreador… ¡qué otra cosa se podía esperar de ti! –exclamó como si pensara en voz alta. 

Hugo ni siquiera se inmutó. 

–Renovarse o morir, mi teniente. Y ya que los Males no acabaron conmigo, pensé que lo más ventajoso sería aprovecharse de esta situación para hacer negocio. 

Maya se había olvidado por unos momentos de los bionautas después del torbellino de emociones que había vivido desde que el capitán Gross la citara en aquella sala y se encontrara cara a cara con Hugo. 

Los bionautas era el nombre que se daban a sí mismos los seres, de apariencia humana, que habían desembarcado hacía un par de años en la Tierra. Su llegada había supuesto la aparición de nuevos gérmenes que habían propiciado el desarrollo de enfermedades contra las que los humanos terrestres no poseían defensa alguna. 

En cuestión de meses casi la totalidad de la población mundial había desaparecido debido a un grupo de dolencias, conocidas popularmente como los Males a falta de un nombre más concreto. Nadie sabía con exactitud de cuántas enfermedades nuevas se trataba, por qué afectaban a algunos y perdonaban a otros, ni siquiera si había alguna nueva que aún no se había manifestado. 

Tampoco se disponía de cifras oficiales sobre el número de supervivientes. Solo en aquella parte del continente, conocida como el Sector 8, sumaban varias decenas de miles aunque existían fuertes indicios de que se habían formado grupos nómadas en el norte. Si se añadían los rudimentarios censos realizados en los sectores con los que se había podido establecer contacto, la cantidad ascendía a casi medio millón de personas en todo el planeta, descontando los grupos errantes. 

Lo que sí se sabía es que los bios, como todo el mundo los llamaba habitualmente, nunca se habían mostrado agresivos contra los habitantes de la Tierra. Tampoco habían compartido sus avanzados conocimientos tecnológicos, ni siquiera para procurar vacunas o remedios que hubieran podido salvar millones de vidas. 

Maya frunció el ceño pensando en la enorme cantidad de cadáveres que había visto durante las semanas posteriores a la llegada de los bionautas y su evidente pasividad ante los acontecimientos. 

Hugo pensó que aquel gesto le estaba destinado. Seguramente Maya desaprobaba sus ocupaciones empresariales, pero eso era algo con lo que ya contaba. Le encantaba ponerla nerviosa y sentir como sus palabras la hacían montar en cólera. 

Con un suspiro, Maya desvió su mirada de los documentos y la fijó de nuevo en los ojos de Hugo. Siempre había sido un tipo con mucha sangre fría y no le extrañó que navegase tan cómodamente por aquella situación.

–Ya nos conocemos, así que no trates de sacarme de mis casillas. Y, por cierto, no soy «tu teniente». «Teniente» a secas es lo correcto. Tampoco me interesan las razones por las que te dedicas a trabajar para el enemigo. Y aunque sigo sin creerme que quieras ayudarnos, no voy a desperdiciar esta oportunidad para obtener información sobre el sistema de suministro de los bios.

Él siguió sonriendo. 

–Lo que usted diga, teniente. Soy todo suyo.

Maya empezaba a impacientarse. Cogió el bolígrafo del bolsillo superior de su ajada chaqueta y comenzó a escribir en los márgenes de las hojas impresas. 

–¿Cuánto tiempo llevas trabajando para ellos? 

–Prácticamente desde que llegaron, hará un par de años. Sé sacar tajada cuando se presenta una oportunidad, teniente –replicó Hugo–. A usted parece que, a juzgar por la ropa, no le ha ido demasiado bien.

Maya saltó en su silla. 

–No estamos aquí para hablar de mí y además creo que tú deberías ser la última persona en pronunciarte sobre mi situación personal. Sé de sobra que solo te preocupa tu propio pellejo. Únicamente tú podrías pensar en aprovecharte de un momento tan dramático como el que vivimos. 

En cuanto terminó de hablar supo que había caído de nuevo en un perverso juego que únicamente buscaba enojarla. Apretó los puños y lo miró con descaro. Por primera vez se fijó en que él llevaba ropa nueva, a diferencia de las prendas usadas que la mayoría de supervivientes solía utilizar. 

Hugo ni se inmutó. 

–Si me vas a tutear, lo justo es que yo también te tutee, ¿no?

–Como quieras, pero guárdate tus comentarios sobre mi guardarropa. Deja de hacerme perder el tiempo. Esto es serio, por lo menos para mí.

Maya no podía creer que se hubiera lanzado a atacarlo con aquella sarta de frases sacadas de la propaganda de la Resistencia. 

Inspiró profundamente y, tomando aire, bajó los ojos. 

–Exactamente ¿en qué zonas del sector desarrollas tus actividades?– Mientras hablaba no dejaba de tomar notas, como para demostrarse a sí misma que estaba totalmente dedicada a preparar la dichosa reunión del día siguiente. 

–Después de todo, parece que la suerte ha empezado a sonreírte, teniente. Me muevo por todo el sector. ¿Quieres que te haga una lista de los traficantes que trabajan conmigo?

 La irónica respuesta hizo que Maya fijara nuevamente sus ojos en los de Hugo.

–¿Por qué quieres ayudarnos?

Ahora ella había dejado de escribir. 

Él no le quitaba los ojos de encima pero, en vez de contestarle, se tomó cierto tiempo para pensar. Dejó de sonreír y se dedicó a clavarle durante unos segundos su infinita mirada azul. 

–¿Por qué crees tú?

Hugo acercó sus manos a las de ella sobre la mesa. Saboreaba la situación. Sabía que la posibilidad de cualquier contacto físico entre ambos conseguiría enojarla en extremo. Y eso le gustaba. 

Maya estaba paralizada. No contaba con aquel gesto. Casi de forma automática, retiró sus manos para que las del rastreador no las tocaran. Las entrelazó en su regazo y siguió mirándolo con una mezcla de incredulidad, furia y desprecio. 

Era muy propio de él jugar con los sentimientos de los demás, pero ella no dejaba de sorprenderse de su frialdad. Como si el desastre planetario en el que estaban sumergidos no le hubiera afectado. Como si no le importase la situación de la Tierra. Maya sabía que Hugo había perdido a su familia y amigos, como le había ocurrido a ella misma, como le había sucedido a todos los supervivientes. Era prácticamente un milagro que ambos estuvieran vivos. Sin embargo, él seguía desplegando su egoísmo sin ningún tipo de escrúpulo.

Después del brusco gesto de Maya, él volvió a sonreír. 

–Ni idea, Hugo. De ti, se puede esperar cualquier cosa.

El rastreador sabía que, cuanto más dilatara aquella conversación, más tiempo tendría para controlarla. De esta manera, le sería fácil acabar con los nervios de Maya. 

–Vamos, no me decepciones. ¡Seguro que tienes alguna teoría!

–No creo que te hayas levantado hoy convencido de que nuestra causa es justa. Si estás aquí es porque has hecho un trato con el capitán Gross y debe ser bastante jugoso porque, de otro modo, ni te habrías molestado. Tú nunca has hecho nada desinteresadamente. Hasta creo que podrías ser un agente doble y que, en realidad, estás pasando a los bios información sobre la Resistencia. Es más tu estilo.

Las manos de Hugo jugueteaban con su llavero. 

–¿No te han dicho nunca que tienes una gran imaginación? Debes aburrirte mucho en este agujero.

En ese momento alguien golpeó suavemente la puerta, y una cabeza de rizos rubios y despeinados se deslizó entre la hoja y el umbral.

–¿Podemos hablar un segundo, Maya? ¡Hola, Hugo! –exclamó Alex. 

Hugo le devolvió el saludo con desgana. 

–¡Hola, tío!

Maya no daba crédito. 

–¿Lo conoces? –preguntó en voz baja a Alex tras levantarse y acercarse a la puerta. 

La cara de su compañero mostraba una expresión entre sorprendida y paternalista.

 –¿Y quién no lo conoce? No hay mercancía que no se mueva en este sector sin que él se lleve una comisión. Te he dicho mil veces que te leas la letra pequeña de los informes, que es donde hay más sustancia. Así, estarías más enterada. No me explico que no lo hayas visto por el centro. Es muy popular.

Como era normal Alex estaba al corriente de todo lo que ocurría en el centro del Sector 8. Maya nunca había conocido a nadie más cotilla ni más entregado a la causa de la Resistencia. Ella suponía que era por eso por lo que estaba a cargo del departamento de Inteligencia.

–Necesito saber qué te ha contado. Estoy tras la pista de un cargamento de cereales que teníamos que haber interceptado hace días, pero parece que se lo ha tragado la tierra –declaró su compañero mientras la empujaba fuera del cuarto dejando a Hugo solo en el cuarto.

–No se nada de eso.

–¡Ya! ¡O sea que aún no ha soltado prenda! Pues ponte las pilas y dale caña, Maya, que los de la junta están bastante impacientes. Quieren ver algún resultado pronto, ya sabes, algo vistoso. Bueno… ya me contarás luego. 

Cuando entró de nuevo en la oficina, se sorprendió de ver a Hugo fumando. 

–No sabía que aún quedaran cigarrillos. Hace meses que no veo a nadie fumando. ¿Cómo los has conseguido? 

–Uno encuentra de todo si sabe dónde buscarlo.

Hugo, no pudo resistir la tentación de exhalar el humo directamente frente ella. 

Maya ni siquiera se inmutó. Había llegado a la conclusión de que no obtendría ningún resultado productivo de aquel encuentro que, además, se le estaba haciendo eterno. 

–Aquí no está permitido fumar.

Hugo continuó fumando. Tras una honda calada, Maya lo vio negar con la cabeza. 

–Eso es imposible –replicó él expulsando de nuevo el humo violentamente–.  Tú  misma  has  dicho  que nadie fuma ya…  ¿cómo voy a creer que esta prohibido consumir algo de lo que se carece? Si es cierto lo que dices, muéstrame el reglamento.

Maya se sintió atrapada entre el humo y la lógica aplastante de la situación. Realmente no veía el momento de salir de allí y perderlo de vista. 

–Mira, estás aquí para pasarnos información así que te agradecería que colaborases. ¿Qué puedes decirme de la próxima partida de cereales que han pedido los bionautas?

Él apagó el pitillo y tiró la colilla al suelo. 

–Puedo decirte que estoy seguro que los bios van a darse un atracón de pan y bollos. Lo siento, pero ese cargamento ya se ha enviado. Me temo que ya no podéis interceptarlo –dijo levantándose.

 Maya lo imitó y cerró la carpeta de un violento manotazo. 

–¿Y no será que se trata de uno de tus negocios y no quieres que peligre tu comisión? Según nuestras noticias, ni siquiera ha sido procesado.

Hugo se dirigió hacia la única ventana de la habitación. Mientras se tomaba varios segundos en contestar, contempló tras los barrotes las decenas de bicicletas aparcadas en el callejón.

–Estáis equivocados. Para tu información, el trigo se procesó en el Sector 2 y la cebada en el Sector 3. De eso hace ya un par de días. Los derivados ya están a bordo de un trasbordador. Esta vez, no podéis hacer nada.

Cuando se volvió, ella tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha y la vista perdida, como le ocurría siempre que trataba de concentrarse en algo. 

–Pero los bios siempre procesan los productos en el mismo sector en el que los recolectan –la oyó decir. 

A Maya le dio por mordisquear un extremo del bolígrafo. Tenía que admitir que aquella conversación empezaba a interesarle más de lo que habría estado dispuesta a admitir en un primer momento.

Hugo apoyó su espalda contra el marco de la ventana. Su silueta alta y desgarbada se perfilaba a contraluz y ella tuvo que inclinar la cabeza para poder mirarlo sin entornar los ojos. 

Él no tardó en contestar. 

–Se están cansando de vuestros continuos sabotajes, así que han empezado a transportar los productos alimenticios a otros sectores para procesarlos allí y evitar más pérdidas. Está previsto que pronto hagan lo mismo con el resto de sus suministros. 

–¿Cómo piensas infiltrarnos en tu organización para llegar hasta ellos? –insistió Maya. 

La luz que penetraba por la raquítica ventana empezaba a desaparecer y, súbitamente, la única bombilla que pendía del techo se encendió. Ambos miraron al mismo tiempo la luz artificial, anaranjada y débil, que desprendía.

–Si no estoy equivocado, tu especialidad son los idiomas. Con la afluencia al sector de gentes de todo el continente, no me vendría mal contar con una intérprete. La verdad es que a la mayoría de los traficantes no hay quien los entienda y tardo horas en cerrar cada trato. Nadie sospechará que te he contratado para que me asistas como traductora.

Ahora Hugo hablaba en voz baja, casi como en un susurro.

Maya tenía que reconocer que aquellos argumentos sonaban convincentes. No sabía con qué clase de calaña se relacionaba Hugo, pero suponía que debían ser traficantes procedentes del norte y del este. Tras haber viajado por aquellas regiones durante sus años de formación, se había familiarizado con las lenguas que allí se hablaban y estaba segura de que no le sería difícil entenderlos. 

Lo irónico es que había sido su ruptura con Hugo lo que la había animado a viajar para conocer otros países y aprender nuevos idiomas. Y había sido precisamente aquella circunstancia la que hoy les reunía para trabajar juntos.

Con gesto impaciente, Maya se apartó un mechón de cabello rebelde que le bloqueaba la vista. Sus miradas se encontraron de nuevo. 

–Aún no me has dicho qué ganas tú con todo esto.

Él seguía con la espalda apoyada contra la ventana. La oscuridad que ya se advertía en el callejón se confundía con su camisa, sus vaqueros y sus cabellos negros, desdibujando el contorno de su figura. Lo único que se destacaba a la tenue luz de la bombilla era su tez clara y la absoluta frialdad de su mirada azulada. 

–Si yo os ayudo es para que hagáis la vista gorda sobre ciertas entregas que necesito que se efectúen sin problemas. ¿Por qué otra cosa lo haría? –La voz de Hugo se había convertido en un susurro. 

El silencio se instaló entre ellos. Era extraño pero le tranquilizaba constatar que Hugo seguía siendo un canalla. Al fin y al cabo ciertas cosas no habían cambiado, a pesar de las desgracias que se habían abatido sobre el planeta. Aquel razonamiento absurdo le devolvió la confianza en sí misma y, por un momento, dejó de sentirse intimidada por la presencia de Hugo.

–Bueno pues, si eso es todo, creo que podemos dar por terminada esta reunión. Te esperamos mañana a primera hora para concretar los detalles de la operación.

 Maya se volvió, abrió la puerta y le indicó con la carpeta el camino que le llevaría a la salida. 

Hugo se le acercó con las manos en los bolsillos. Una vez en la puerta se paró y se quedó mirándola durante varios segundos, como si esperase que ella añadiera algo. 

Ante el silencio de Maya, a él se le escapó una leve risa. 

–Solo quería que supieras que el papel de ex despechada te sienta de maravilla. ¡Hasta mañana! 

Furiosa y contrariada lo vio alejarse por el pasillo con las manos en los bolsillos y el gesto impertinente. Maya sintió un pinchazo agudo en el centro del pecho y un nudo en el estómago. En ese momento, tuvo la certeza de que su vida acaba de dar un giro insospechado. Solo consiguió ahogar a medias un suspiro.

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